- Paremos en una estación de servicio, hay una de camino.
Mi mujer rara vez se equivoca; le tengo una confianza absoluta. Puede definir con precisión, por ejemplo, la cantidad de vasos que se romperán durante una fiesta de acuerdo a la cantidad de botellas y el volumen etílico de éstas, o acertar quién es el asesino en las películas de Poirot apenas comenzada la trama. Sin embargo, y con gran pena es que lo digo, ésta fue una de las excepciones: ni siquiera un arbolito en un rincón oscuro se propuso como alivio de mis pesares.
Llegamos, pues, a nuestro destino. El avance por el jardín del frente fue algo lento para mis necesidades fisiológicas debido a la fascinación de mi mujer por pararse ante cada planta y preguntarme a mí, que conozco tanto de botánica como de física cuántica, si aquello era una rosa gallica o una rosa chinesis, si esa de allá era un cardo o un chicalote.
Apenas pasada la puerta nos recibió un mozo con una bandejita ofreciendo unas bebidas que, para no sumar más leña al fuego, decidí rechazar. Sin embargo, le pregunté:
- Perdone... ¿el servicio?
- Así es -contestó el mozo.
- No no, el...
Una pareja entró a la casa detrás de nosotros, por lo que preferí postergar mi pregunta y me hice a un lado para dejarlos pasar. La señora se quitó el tapado y me lo entregó, confundiéndome con el valet.
- No, disculpe, yo estaba sólo... quiero decir, mire, yo no...
- Somos invitados -me salvó Teresa, sacándome de las manos el tapado de la señora y devolviéndoselo a ella.
El mozo entregó sendas bebidas a la pareja mientras mi mujer aprovechaba, con sumo disimulo, para devolver su copa vacía y servirse una segunda.
- ¿El toilette? -pregunté entonces al mozo, acercándome a su oído.
- ¡Ah! ¿el baño? -dijo, en un tono algo más alto del que hubiera preferido- pasillo, segunda puerta a la izquierda.
- Esto me late mal -me dijo Teresa ni bien entrados al vestíbulo- el baño, por norma, está a la derecha.
Decidí no contestar su comentario pero tenerlo en cuenta, no fuera cosa de que terminase haciendo pis en la despensa. En todo caso -me conformé- son ingleses: les gusta hacer las cosas al revés.
Entré al toilette. Me costó encontrar la llave de la luz, que algún arquitecto maquiavélico había colocado en la pared del lado hacia el que se abre la puerta, por lo cual no había forma de accionar el interruptor sin antes cerrar la puerta, quedando por completo a oscuras.
Ya con la luz prendida, me bajé la bragueta camino al inodoro. Es notable cómo se incrementan las ganas de hacer pis cuando el alivio está pronto. A punto de conseguir la liberación de mis fluidos, ¡ay! Calamidad, ¡tramposo destino que nos obligas a los varones a mirar hacia el inodoro en tales actividades! El albañil, por desidia o por maldad, había colocado el inodoro torcido.
* * *
- ¿Y? ¿hiciste pis? -me preguntó mi mujer, quien denotaba encontrarse ya por el quinto Fresita.
- No.
- ¿Por qué no?
- No pude... está... -puse tono de confidencia- está el inodoro torcido.
- ¿Y?
- Y no puedo... si está el inodoro torcido, no sé, no puedo, no me sale...
- Ay, Ramón... una pareja nunca termina de conocerse...
- Voy a ver si en el piso de arriba hay uno como la Ley de Edificación manda.
- No, pará que va a hablar el Embajador...
Sir James Galager es famoso por sus extensos discursos que no terminan nunca en ninguna parte, y yo desconocía si mi vejiga estaría bien dispuesta al humor inglés. Sin embargo, apenas subió el Sir a la tarima de madera coronada por las banderas británica y argentina, me vi rodeado de una espesa multitud que me impidió la expedición por los aposentos superiores.
- My dear, dear Sirs... -comenzó, con la parsimoniosa lentitud inglesa- friends... fellow citizens... my wife Susan, and my beloved daughters Hanna... Emily... Kiara...
- Teresa, ¿cuántas hijas tiene este tipo?
- Shhh -me censuró.
-... Joanne... Jessica... Elizabeth... Lesley... welcome all to my humble, humble home... ¡oh! ho ho, this reminds me that time when...
- Pero la p...
- ¡Callate, querés! -me interrumpió Teresa.
Cuarenta y siete minutos después, finalizada la anécdota que recordó al decir “we are here today”, comencé alucinar inodoros en cada jarrón, maceta y paragüero que había a mi alrededor.
- Teresa, tirame la copa encima...
- ¿Qué?
- La copa, volcame un poco encima... que parezca un accidente.
- Bueno, pará... ehm... ahí va.
- ¡Un poco nomás te dije!
Quien haya visto la escena debe haber pensado que le dije a mi mujer algo obsceno, porque me volcó casi todo el Fresita en la cara.
- ¡Oh! -exclamé en voz alta y fingí una risa- ¡qué drástico accidente!
- ¿Drástico? -me susurró Teresa.
- ¡Qué peculiar accidente!
- ¡¿Peculiar?!
- Ok, ¡qué macana! ¡me volcaste todo el Fresita encima! ¡Oh! Iré a limpiarme.
- Ramón...
- ¿Qué?
- No te dediques a ser actor...
Saliendo de entre la multitud con la cara sonrosada de Fresita y vergüenza, un mozo se me acercó con una servilleta.
- Perdone -le dije-, no quiero ensuciar su impecable servilleta, ¿me indica dónde está el baño?
- Por el pasillo, segunda puerta a la izq...
- No, no, ese ya lo conozco, ¿otro no hay?
El mozo me miró sorprendido.
- Lo que pasa -intenté explicarme- es que el inodoro está torcido...
Debe haberme tomado por incurable loco, ya que dio la vuelta sobre sus talones y se retiró mirándome sobre el hombro con un gesto que no llegué a comprender.
De cualquier forma, la escalera que lleva al piso superior se asomaba al final del pasillo, y hacia ella fui. “¿Por qué no pondrán cartelitos de Toilette en los baños de las casas?” pensé. “En fin, probemos. Primera puerta, habitación. Segunda puerta, biblioteca. Tercera, ¡ah! ¡disculpe señorita! ¡qué bonita enagua tiene! Cuarta, no. Quinta, no. Sexta, ¡no! ¿Qué los ingleses no hacen pis? Séptima, escalera externa hacia el patio”.
* * *
Para sorpresa del mozo que nos recibió un rato antes, crucé nuevamente la puerta de entrada en sentido hacia adentro. Esta vez sí le acepté una copa y avancé hacia la sala.
- and that’s why we’ll continue our efforts to keep Argentina a part of, ¡oh! I’m sorry, ¡ho ho! a friend of the United Kingdom.
Un aplauso frío y cortés -a la manera británica- despidió a Sir James Galager, quien se retiró con una pipa entre los dientes y una sonrisa arrugada.
- Teresa, nos vamos -le dije, tomándola del brazo.
- ¡Esperá, Ramón! ¡Quiero otro Fresita!
- Creo que ya tuviste suficientes. Y yo también. ¡Vamos!
Cruzando el jardín hacia la salida, Teresa mencionó:
- ¡Qué servicio eficiente, Ramón! ¡mirá! ¡incluso a esta hora de la noche regaron el abeto! Ramón, esperá, tengo que hacer pis...
- Andá al jazmín que está en la esquina. Te espero en el coche.