sábado, 12 de diciembre de 2009

Sábado 12 de diciembre de 2009

Me encuentro hace varios días sin saber muy bien para dónde disparar con esto de la escritura. Tengo ganas de escribir, eso está claro en mí, sólo que -por algún motivo- no puedo pensar en historias. Recurro así al pensamiento escrito, al pensar escribiendo que, al fin y al cabo, ya es escribir.
Supongo en buena medida que este bloqueo tiene que ver con estar muy cansado, o mejor dicho, estresado. Eso del estrés siempre me suena a excusa burguesa... pero se siente, y se siente fuerte. Sin embargo, una buena forma de desestresarse es haciendo cosas estimulantes... está claro que la solución no es quedarse en casa a dormir, u ocupar la cabeza en entretenimientos banales, sino hacer cosas estimulantes y salir de la rutina.

Creo que la historia de mis monjes me tiene también un poco trastornado, por decirlo de alguna manera. Por decirlo de otra, creo que me ocupa la cabeza. Cuando pienso en escribir -si es que en mi cabeza se figura algo más que el ruido de la nada- pienso en esta historia. Definitivamente hay algo de ella que me tiene cautivado. Procederé a releerla y hacer un análisis párrafo a párrafo:

[1] Hace ya muchos siglos, el Emperador, siendo aún un joven, ordenó construir su tumba lo más profundo que fuera posible, dentro del Monte del Sol.

Este primer párrafo tiene muchas comas, muchas separaciones. Además, no empieza de una manera interesante. Creo que no engancha, sino que es meramente informativo.

Se me ocurren ciertas herramientas como para quitar tanta coma, por ejemplo: “el Emperador, siendo aún un joven” podría pasar a ser “el joven Emperador”. El párrafo quedaría así:

[1] Hace ya muchos siglos, el joven Emperador ordenó construir su tumba lo más profundo que fuera posible, dentro del Monte del Sol.

De todas formas me falta un contexto. ¿Por qué el joven emperador determinó construir su tumba tan profundo? ¿qué es lo que lo hacía especial? ¿algún evento heroico en su vida? ¿la pérdida de poder terrenal lo hace buscar un poder desde las profundidades? También puede ser que su padre haya muerto en alguna batalla, él queda como emperador, y con un horrible temor a la muerte decide prepararse con toda la anticipación posible. Creo que sería más pegadiza si no fuera el padre quien se ha muerto, sino su hijo, quizás siendo aún un bebé. Su hijo muere y él decide enterrarlo en las profundidades como sacrificio al dios del infierno para evitar su propia muerte temprana. Ahora bien: no quisiera irme por las ramas y desarrollar demasiado su historia familiar... aunque ¿por qué no? Claro que hay que explicar un poco el por qué del temor a la muerte... podría pasar que su padre y su hijo mueren muy poco... e incluso que su mujer muere dando a luz. Se me plantea la siguiente duda: ¿el emperador busca enterrarse con los demás (padre, esposa e hijo) o simplemente quiere darles un entierro digno a ellos para salvarse de la muerte? Y me surge otra duda: ¿no me estoy yendo demasiado lejos de la historia central? Quiero decir: no pretendo narrar una historia de aventuras y un gran drama épico... sino que es algo que se cuenta como mito, como leyenda... y no sé si irme tanto por las ramas.

Creo que las leyendas tienen algo esencial, que es una suerte de moraleja o enseñanza. Si son demasiado largas, se corre el riesgo de que presenten muchos mensajes diferentes y se pierda la fuerza. Quizás algo así sucede también con este relato: temo que pierda fuerza por querer abarcar demasiadas cosas.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Domingo 06 de diciembre de 2009

Otra jornada en la que me siento predispuesto a escribir. Tengo dos cosas abiertas y pendientes, sobre las cuales no sé muy bien cómo seguir. Incluso, ni siquiera tengo muy claro sobre cuál de las dos deseo escribir.
El sueño que tuve y la historia mitológica se me presenta atractiva. Pero también tengo ganas de continuar con mis viejitas, que están algo abandonadas.

Creo que lo que me falta para poder entusiasmarme con mis viejitas es establecer un poco más precisamente la trama. Es decir: tengo a mis cuatro personajes y a una razón posible para el encuentro. Lo que me falta es el nudo, lo que le da un sentido mayor a la acción. Lo que hace que esa  acción tenga un sentido humano, propio de todos. Creo que la identificación con los personajes sería casi inmediata... todos tenemos tías o abuelas que han sido así; incluso madres que han sido así, en algunos casos.

Me cuesta pensar en diálogos sobre estos personajes... quizás sea por eso que quiero empezar por ahí.

Repasemos a los personajes: Clara, pianista frustrada, solterona. Rosa, ingenuota, con un sentido profundo de la vida que se asoma con una simplicidad absoluta. Araceli, cocinera de toda la vida, muy ama de casa. Leonor, amante del orden (incluso del orden militar) y literata.

¿Qué clase de interacción pueden tener cuatro seres de esta calaña? Creo que eso es lo que no encuentro: ese punto en común que puede dar para algo interesante de ser contado. Lo único que tengo de más o menos interesante es el disparador: la idea del pedo.

martes, 1 de diciembre de 2009

Martes 01 de diciembre de 2009

Olvidándome por un rato de mis viejitas, quisiera comentar acerca de un sueño que he tenido anoche.

El sueño se daba más o menos así: siete monjes estaban parados en círculo, cara hacia afuera, en una habitación redonda y muy alta. Frente a cada uno de estos siete monjes (que serían una especie de “Gandalf”s de El señor de los anillos), había un pasillo. En ese pasillo habitaba un horrible monstruo de las profundidades. Una bestia pavorosa.

Estos monjes tenían una especie de báculo en sus manos. Uno de ellos, tenía dos. Esos dos báculos juntos hacían inmortal a su portador. Los monjes se iban pasando el báculo cada tanto, para hacer frente a esa bestia. Más bien: para que esa bestia no saliera y se quedara dentro.

La tensión del sueño era que si uno de esos monjes cedía a la tentación y, cuando fuera su turno de tener los dos báculos, decidía irse y dejar a los otros seis monjes, el monstruo atacaría a los restantes, y luego destruiría al resto de la humanidad. Quien se llevara los dos báculos quedaría solo, con la humanidad devastada, pero vivo. Estos báculos -más que impedir que la persona muriese- eran una especie de protección. El monstruo no salía de esos túneles si el monje se quedaba en su posición con el segundo báculo en la mano cuando le correspondía.

Si bien -dejando de lado posibles interpretaciones conscientes del sueño- la historia es un sueño y tiene algunos puntos bastante “poco novelescos”, creo que puede servir de base para un cuento.

El sueño fue como una pequeña película que yo veía desde afuera. El cuento puede comenzar con un personaje que decide contar, cual cronista, su experiencia en un viaje: algún nativo de algún país remoto o extraño le cuenta esto.



Los habitantes de la colina
No soy amante de las historias fantásticas, pero creo que esta merece la pena ser contada.
Hace unas semanas, me encontraba paseando por uno de esos atestados mercados de la India, rodeado de pregones incomprensibles que anunciaban la existencia de las más variadas mercancías, en su mayoría inservibles baratijas anunciadas como los más preciados objetos.
Acalorado y sediento, me senté en un pequeño café ubicado en medio de las tolderías a tomar un refresco a la sombra. Así pasé un rato, hasta que el sol comenzó a caer y se levantó una brisa templada. En el puesto junto al café oí discutir a un hombre, rubio y bastante gordo (probablemente un turista) por el precio de una vasija. El tendedero hacía unas señas poco amables, cada vez más exuberantes, hasta que el turista se marchó enojado, dando la media vuelta. Sintiendo curiosidad por la vasija, pagué mi bebida y me acerqué a la tienda, fingiendo pasear y caminando despacito. Vi que el tendedero iba y venía de aquí para allá detrás del cúmulo de objetos, con sus ademanes de fastidio. De pronto detuvo sus erráticos pasos frente a mí, que sin darme cuenta estaba parado justo frente a su tienda, mirando la vasija, y profirió, mirándome fijo, una serie de palabras que no llegué a comprender pero que evidenciaban un profundo enojo hacia el hombre gordo que acababa de retirarse; yo supongo que no eran más que una retahíla de insultos. Cuando se detuvo me miró fijo, algo curioso, quizás esperando una respuesta. Le pedí disculpas en inglés, ya que no había entendido absolutamente nada. Luego, quizás por cortesía, le pregunté qué había sucedido. El tendero volvió a sus alocados ademanes y, si bien no podría asegurarlo, comenzó nuevamente con el hilo de insultos. De pronto se interrumpió en medio de lo que parecía ser una frase, me miró unos segundos (más de lo que se puede mirar a un desconocido sin tener una intencionalidad), y en un torpe inglés se refirió al hombre gordo (un turista, en efecto), quien había despreciado la vasija confundiéndola con una mera artesanía sin valor. Luego la tomó entre sus manos y me la acercó a la cara, señalando la buharda que tenía pintada. La giró lentamente, descubriendo poco a poco el dibujo. Se trataba de seis hombres, parados frente a seis puertas, y una séptima puerta sin un hombre delante. Las siete puertas eran equidistantes unas con otras, por lo que la ausencia de ese hombre delante era evidente.
El tendedero fijó su mirada en mis ojos nuevamente, quizás por más tiempo que antes. Luego extendió su brazo y el índice de la mano, señalando un punto distante. Me di vuelta para mirar, y vi lo que parecía ser una caverna o la entrada a una gruta, en la ladera de una montaña. Luego se sentó en un pequeño banquito de metal herrumbroso, y comenzó a hablar pausadamente, en un inglés tan malo que ahora dudo del sentido de sus palabras.
Me contó que en el siglo XII, el emperador (? pongamos, por ahora, Apu) mandó a construir su tumba lo más profundo que fuera posible. Comenzaron a excavar en lo profundo de aquella gruta. Miles de esclavos trabajaron arduamente. Año tras año, el Emperador revisaba el lugar y ordenaba que continuaran más y más hacia lo profundo.
Un día, en medio de las excavaciones, encontraron una gran caverna, casi esférica, con siete puertas equidistantes unas de otras. De quienes descendieron a explorarlas pocos volvieron, y completamente locos.
El Emperador, preocupado, convocó a su consejo de monjes. Éstos le indicaron que esa caverna había sido construida mucho antes de la existencia de los hombres por una terrible bestia que habitaba en el centro de la tierra. Sólo siete hombres, los Siete Sabios, tendrían el poder suficiente para detener a la criatura y evitar que salga de las profundidades y libere la maldad entre los hombres.
Se apostaron así los Siete frente a las Siete puertas, y la entrada a la cámara fue sellada con grandes piedras.
Según se cuenta, allí viven todavía, amparados en la eternidad de las profundidades, en una existencia silente, con la responsabilidad de no moverse nunca más de su posición frente a las puertas, o la bestia saldrá de su escondite, y será el fin del mundo.


He terminado el relato “Los Monjes de la Colina”, pero no he quedado nada satisfecho. El efecto que me provocó el sueño, ese gran peso de no poder abandonar el lugar o será el fin de los tiempos, y el dilema entre el egoísmo personal de querer vivir o mantener una existencia servil para con la humanidad, no quedó para nada plasmada.

Supongo que no siempre saldrán cosas buenas, pero lo importante es escribir.

Quizás pueda darle vida nuevamente a mis viejitas... pero siento que este sueño tiene algo que necesito plasmar. Quizás sólo sea una necesidad de exploración interna, el tratar de entenderme a mí mismo... pero por algún motivo, desde que lo soñé esta mañana, lo pensé como cuento. Quizás estuviera ya pensando en cuentos a la hora de dormirme y mi cabeza se quedó conectada con eso. No lo sé. Lo que es seguro es que siento que en esto que soñé hay algo de aquello que quiero transmitir y tratar de entender. Hay algo en ese dilema que me resulta apasionante. Quizás sea que es algo que yo no puedo responder. Quizás ese delicado equilibrio entre el deseo inmediato y el deseo a largo plazo me resulte más complejo de lo que creía.
Sospecho que parte del problema de la falta de dramatismo tenga que ver con volver a cierto método de escritura que he cambiado un poco desde que empecé el taller: ponerme escribir sin saber demasiado bien qué voy a decir o cómo.

Un intento que puedo hacer es intentar pensarlo nuevamente, volver a imaginarme la historia y reescribirla en base a esta nueva estructura que haya pensado.

Este cuento tiene algo que me gusta. Me gusta la idea del cronista a quien le cuentan algo que quiere transmitir, aunque no se lo crea demasiado.

Pensaba en la comparación entre la escritura literaria y la composición musical: siempre se vuelve al tema principal de alguna manera. Hay un cierto cierre en la cabeza de la gente que se da cuando se vuelve al punto de partida, pero modificado. El eterno retorno nietzscheano.

Creo que esta historia necesita tres momentos, que se van anidando dentro de otros como las muñequitas rusas:

1. Narrador que cuenta que vivió algo y quiere transmitir
2. Narrador que cuenta su paseo por el mercado y el encuentro con la persona que conoce el mito
3. Desarrollo del mito
2b. Vuelta a la escena del narrador con quien cuenta el mito
1b. Vuelta al momento en que el narrador hace un cierre en eso que está contando

No estoy muy seguro, pero quizás el último regreso sea innecesario (el 1b). Quizás con volver únicamente al momento en que el narrador vuelve a tomar la palabra más activamente y contar cómo se va de ese encuentro, o algo así, sea suficiente. Aunque también quizás pueda suprimirse el 2b, ya que es el narrador quien se queda con la experiencia y puede no relatar el momento en que el otro hombre deja de contar el mito como algo en tiempo presente, sino ya hablar de las reflexiones del evento, de su escepticismo pero a la vez de su fascinación por esa historia. Sí, esta última alternativa me gusta más. Se suprime, de momento, el 2b: una vez que termina el relato del mito, el narrador vuelve al momento en que está escribiendo el texto y reflexiona al respecto de lo sucedido.

Veo, además, innecesaria la prolongación de cómo llega el narrador a encontrarse con esa historia. Toda la parte del bar y demás pueden hacer a construir el suspenso, pero realmente no hacen a la historia. Quizás esto cobre un poco más de sentido cuando el mito tenga su peso propio en vez de parecer, como ahora, un mero cuento de vieja chismosa.

Además me parece que hay muy poca acción por parte del protagonista en toda la primera parte: el tipo aparece en un mercado de la India sin que se diga por qué (cosa que tampoco es necesaria), tiene calor, se sienta en un bar, y mira. En todo eso pasaron muchas cosas y no pasó nada. No hay color, no hay realmente una acción que interese.

Y ¿qué es lo que hace que al tipo le interese ese mito? Bueno, en realidad es que la historia que se cuenta no tiene la profundidad que yo quería para el mito, es decir, el dilema entre querer y deber, o entre deseo a corto y largo plazo, no queda expuesto. No se manifiesta.

Creo, por lo que vengo diciendo, que debiera empezar a construir el mito, para luego construir la historia en donde se desarrolla. Eso me parece que me permitirá dar con un marco adecuado y pensar si ciertas acciones tienen o no el peso que necesitan.

Vamos entonces desde el mito. ¿Qué es lo que pasa en el mito? Como contaba antes, hay siete puertas y siete monjes. Cada uno de los monjes controla una puerta. La única forma de mantener a la criatura en las profundidades es impidiendo que llegue a ese pabellón. ¿Por qué? El bicho, ahora que se despertó, quiere salir. De alguna manera, es importante que los monjes estén ahí y no, por ejemplo, en la entrada de la  caverna, los siete juntos, tomando mate, sentados lo más campantes. Podría, para no caer en cosas mágicas, ser una especie de promesa o conjuro: los siete prometieron quedarse allí eternamente a cambio de que el bicho no pudiera salir. Sería como una promesa que les da fuerza a los siete juntos.

Algo que me parece importante para que el relato cobre fuerza, es que sea el otro tipo quien lo cuenta. Al ser el mismo narrador, me veo demasiado tentado a cosas como “según se cuenta”, “me dijo que”, “se dice que”, etc. En cambio, si es el otro personaje quien cuenta el mito, lo puede hacer desde una profunda convicción, y que eso se mantiene para él como una roca para su vida, un mito que le hace cobrar valor en momentos de desesperanza, en fin: un mito que tiene el poder de la religión católica entre los occidentales creyentes. Incluso puede haber algunos cortes en el relato del otro personaje para pedirle unos mangos al protagonista quien, gustoso, se los da, sin pensarlo demasiado, y que luego se dé cuenta de que le dio un montón de plata. Más aún: el tendedero puede tener sólo esa vasija en su tienda, en contraste con lo abarrotadas de las otras, y que el protagonista se acerca justamente sorprendido por la falta de objetos. Luego de que termina el relato, el protagonista se da cuenta que le ha dejado mucha plata y que probablemente toda la historia sea un invento del tendedero, que en la montaña no haya más que una gruta vacía, común y corriente, pero quedó tan fascinado por la historia, que no le importa si es verdad o no. Así sacamos además al turista gordo y rubio, que no me cae simpático porque tampoco tiene peso. Está bueno, me va gustando.

De todas formas, me alejé del centro: ¿qué sucede en el mito? La historia del emperador no está mal... le da cierto marco a la acción y el por qué llegaron a cavar tan profundo. Humaniza el relato también que sean monjes, o sea, personas, en vez de ángeles o demonios.

Entonces, el emperador manda a construir una tumba lo más profundo que sea posible. Manda a atacar pueblos enteros para tomar prisioneros y tener esclavos suficientes. El emperador tiene 20 años cuando comienza la construcción y -pongamos- que el bicho se libera unos cincuenta años después, a los 70 del emperador. Durante ese tiempo, año tras año, el emperador baja a ver la profundidad de su futuro mausoleo, no le alcanza, y quiere que sigan trabajando.

Pienso ahora que si le doy tanta importancia a la primera parte del mito el dilema de los monjes puede quedar en un segundo plano. Podría tratarse también de una pelea que tuvieron los siete monjes con la criatura, y que lograron llevarla hasta las profundidades de esa cueva... y que ahora se han mantenido allí, fijos, para que no salga de nuevo. Quizás puede no tratarse de un gran pacto que hacen los siete, sino algo más cercano al accidente: lo persiguen hasta que llegan ahí, el bicho se esconde entre los túneles, y se dan cuenta que no pueden seguirlo porque no saben dónde está, o que si lo siguen es muy probable que mueran. Lo que complica las cosas es que si se retiran también es probable que el bicho salga a buscarlos y los aniquile. Ahora, lo que no logro establecer, es ¿por qué tiene que ser precisamente ahí que se queden? ¿qué hace que los tipos no puedan bajar, o, como dije antes, salir y esperarlo en la entrada de la cueva, tomando unos mates? ¿qué tiene de tan especial ese lugar?

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Miércoles 25 de noviembre de 2009

Un tema muy importante que requiere ser explicitado por las señoras viejitas que toman té, es el del racismo. Estas señoras se creen parte de un mundo que no conocen. Más aún, se ven voceras de una realidad de la que son completamente ajenas. Se consideran los mandamases de una sociedad que no conocen en lo absoluto. Viven encerradas en sus burbujas, con sus amigas, con sus tés y sus realidades particulares sin ver nunca la realidad en su conjunto. Son, en resumen, cierto nivel ultra conservador que critica todo lo que puede poner en peligro su realidad. Un buen ejemplo de esto son “los negros”, que hacen “menos segura” su realidad. Pareciera que este color de piel trae aparejados miles de problemas, de complicaciones, en fin: de peligros. Pareciera que son gente que viene a atentar –adrede, está claro- contra su estilo de vida. Parecieran ser personas que tienen la maldad en la sangre, que son “malos por naturaleza” (está claro que para decir estas cosas necesito ponerle comillas para aclarar y sobreaclarar que no es mi pensamiento, sino el pensamiento de la gente que busco retratar).

En resumidas cuentas, está claro que esta gente va a criticar a todos aquellos que buscan modificar su conservador estilo de vida. Si los demás están mal, es porque quieren. Para ellas, que nada cambie, es la mejor forma de progreso que pueda existir. Está claro que progresistas no son.
De esta manera, criticarán a sus nueras por haber interrumpido en su estilo de vida: les han quitado sus hijos. Con los políticos peronistas, quizás, por haber atentado contra su oligarquía (sin tampoco demasiado éxito dándole mayores posibilidades a las clases bajas). Contra los “negros” por haberles quitado esa supuesta seguridad que había en la Ciudad de Buenos Aires, ese lugar tranquilo y apasible que era Buenos Aires hace 100 años. ¡Los militares! ¡cómo me estaba olvidando de ellos! Estos seres uniformados que dicen traer la paz, la seguridad y el orden. ¡Éstos son los políticos amados de estas señoras! Claro, ¿cómo no lo vi antes? ¡quieren paz! Bueno, ya lo dije: pseudo paz. Quieren que nada cambie. Y nada mejor que un buen grupo de militares para asegurar la falta de cambio y el progreso de las clases sociales que siempre estuvieron bien, y el hundimiento de los peligrosos, de los subversivos , en fin: de los pobres y de aquellos que piensan diferente.  Ya lo dije: de todos aquellos que atentan –o que son potencialmente “atentadores”- de su estilo de vida.

Creo que ya tengo un título –al menos temporal- para el texto: “Club del Progreso”. Quizás haga el contenido demasiado evidente para alguna persona habituada al sarcasmo, pero aún así puede ser interesante. Ese sarcasmo me gusta. Que se trate de un club puede, además, darle un contexto social que me permita profundizar aún más la ironía. Puede tratarse de, por ejemplo, una reunión de beneficencia. No no, eso no me gusta. No va con lo de que “los pobres son pobres porque ellos quieren”. La beneficencia no parece necesaria. Aunque, podría armarse un club rival: el “Club de Señoras”, donde estas señoras han comenzado a hacer beneficencia en iglesias, y estas otras señoras (las “de acá”) se sienten celosas y arman su propio club. Podría ser, incluso, la primera reunión del club.

Por más que lo piense, no logro imaginármelo más que como obra de teatro, o quizás como escena (larga) de una película. Es decir, como un corto cinematográfico. Me imagino bastante poco a un narrador comentando lo que pasa (quizás solamente como didascalias).

Pienso en cuatro personajes. No sé bien sus nombres aún. Una tiene que llamarse Rosa. No puedo dejar de pensar en el nombre “Rosa” cuando pienso en estas señoras. Otra bien puede ser Clara, otro nombre de época. Una Araceli no podría faltar… desde luego que estoy pensando en mi abuela. Ahora que lo pienso, no está tan mal imaginar un grupo de gente basado en personas que conozco. Así, otra podría llamarse Leonor… en honor a la tía de Lucía, la amiga de Angie. Leonor es una señora considerablemente culta… pero desde luego, tiene una nariz bastante parada. No sé si alguien como Leonor puede dar con el perfil de las señoras que se juntan a tomar el té y hablar de pelotudeces, pero puede llegar a servir como referencia. Luego los personajes irán tomando vida propia y teniendo sus propias existencias. De eso se trata al fin y al cabo, me parece: no crear personajes, sino personas. No hablar de mí, sino hablar a través mío por boca de otros, contando mis verdades.

Me acuerdo de C, la chica que conocí, amiga de B. No sé por qué se me da para personaje de esta novela… claro que unos 60 años mayor.

¿Qué edad tendrán estos personajes? ¿60? ¿70? ¿80? Creo que 80 es demasiado, y 60 demasiado poco. Entonces 70 será un buen número… un número promedio entre mis dos extremos.

Un fonógrafo. Un pasadiscos atrás, con música de… de… ¿de Edith Piaff y nadie la entiende? ¡Una pianista! Claro. Estoy pensando en cuatro personajes demasiado iguales cada vez que me descuido: una de ellas es pianista y lleva la música de unos cuartetos de Beethoven, y las otras tres son poco entendidas. Pero quizás una de ellas dice que le gusta mucho, y habla de la pieza… aunque en realidad no entiende nada. Ahí está: ahí está el relator, ahí todo empieza a cobrar sentido. Al menos, el relator empieza a cobrar sentido: el narrador cuenta las cosas que no se dicen. El narrador cuenta lo que pasa por la mente de los personajes. Cuenta las cosas que pasan pero no se convierten en acciones: cuenta lo que no se dice, cuenta lo que no se hace. Es ese personaje que sabe lo que pasa, pero no hace. Es ese yo, de alguna manera, que se queda pensando sobre lo que ve pero no toma cartas en el asunto.

Entonces voy teniendo a Clara, una pianista frustrada que no ha llegado a hacer nada con el piano (¿no me suena de algún lado?); a Rosa, que le gusta todo lo que está pasando (quizás la más gagá de todas); a Araceli, una fanática de la cocina… que seguro lleva una torta o unas masitas caseras a la reunión; y a Leonor, una fanática literaria que ha leído muchísimo sobre poesía (la pucha, tendría que conocer sobre poesía para esto)… o quizás simplemente conoce sobre escritores, sobre literatos… pero que en el fondo es una fanática de Dan Brown y no quiere decirlo porque no está bien visto.

Supongo que esto tiene que ver con lo que decía Rosa Montero citando a no sé quién: todo escritor joven habla de sí mismo aunque hable de los demás… pero bueno, soy un escritor joven, para qué negarlo.
¿Dónde se juntan? Analicemos las cuatro posibilidades: 1. Se juntan en la casa de Clara… seguro hay un piano, y ella se ofrece constantemente a tocar, pero ninguna de las otras tres quiere oírla. Bueno, tal vez esto pueda pasar en la casa de cualquiera de las otras tres. Digo, puede haber un piano en la casa de casi cualquiera si tiene más de 70 años. Antes el piano era más habitual que ahora. Todas las “señoras bien” tenían su pianito.

Desde luego, Clara tiene que haber aprendido a tocar por “solfeo”. Tendría que investigar más sobre este tema, sobre el que mi abuela siempre cuenta. Ella aprendió un poco de piano así… y era la práctica habitual de la época. Temo encontrar poco de esto en internet, pero nunca está de más investigar.

Voy a ir comenzando un perfil sobre los personajes:

Clara.
Fanática del piano… le gusta mucho escuchar música, pero nunca se sintió bien tocando. En realidad, nunca le gustó demasiado tocar, pero era lo esperable para una “señora bien” como ella. Era la manera de conseguir un buen marido. Desde luego, nunca lo consiguió. Su familia considera que es culpa de ella no haberse casado nunca… en realidad: se lo reprocharon siempre, pero ahora todos están muertos y eso sigue existiendo adentro de ella. Sin embargo, es la que propone la música de la noche y lleva algunos vinilos para escuchar. Esto potencia la posibilidad de que sea la reunión en la casa de ella.

Rosa.
El personaje quizás más simple que todos los demás. Está bastante sorda, y le gusta todo lo que escucha porque se imagina lo que quiere escuchar. Incluso le gusta escuchar a Clara al piano, porque no siente diferencia entre ella y cualquier otro. Sólo llega un murmullo a sus oídos. ¿Qué es lo que tiene de particularmente interesante? ¿qué la hace especial y atractiva para la trama? Quizás tiene un gusto muy desarrollado. Quiero decir: un sentido del gusto muy desarrollado. Identifica de buenas a primeras los ingredientes de la comida que ha llevado Araceli, para disgusto de Araceli. Incluso le ofrece algunas sugerencias culinarias que a Araceli no le caen nada bien.

Araceli.
Su mayor gusto es la cocina. Se casó joven. De niña cocinó para su padre (viudo desde su juventud) y se casó con alguien muy similar a su padre: un hombre seco y fuerte, que nunca mostró demasiado lo que le pasaba por dentro. Quizás, incluso, nunca mostró absolutamente nada. Una mujer muy simple si se la ve poco, pero con un nivel de picarez bastante interesante. Incluso pienso en un personaje que ha sido sexualmente muy activo, aunque claro, siempre mantiene en la gloria a su difunto marido, y de sexo habla muy por fuera, por lo cual no se sabe bien si se queja de su vida sexual o si ha sido satisfactoria. Viuda, sin dudas.

Leonor.
La de nariz más parada de todas. Hija de militares. Más aún: de familia de Grandes Comandantes. Estar en el ejército siempre resulta algo bueno. Estar en el ejército es la gloria, es servir a la patria, imponer el orden. La fuerza no parece algo negativo desde su perspectiva. La fuerza es algo necesario para mantener el orden. Su padre estuvo en la Revolución Libertadora, y su marido fue alto mando del golpe del 76. No quisiera abrir heridas abiertas y que este ¿cuento? ¿novela?  ¿guión? se convierta en algo áspero para leer y digerir. Veremos este punto. Lo tengo en cuenta, y veremos qué vida conserva Leonor. Es, desde luego, una cierta fanática de la literatura. Conoce mucho de escritores y se codea con ellos. En especial, con los que menos bien me caen, como Vargas Llosa o Sábato. Lamentablemente, poco conozco de la escritura de Vargas Llosa y de las ideas políticas de Sábato. En fin, está claro que pretendo escribir sobre personajes con unas ideas que conozco demasiado poco. Vale igual el intento. Siempre se puede investigar.

Me he dado cuenta que todavía no definí en la casa de quién transcurrirá la acción. Ni tampoco tengo demasiado claro el final.

Quisiera, sin embargo, recordar la secuencia que había pensado antes sobre la historia de pedos:

1. Pedo
2. Señora (de éstas) que reta a su perro y cuenta la anécdota.
3. Señora (otra de éstas) que se ofende
4. Perro de porcelana que se tira un pedo
5. Señoras que se sientan y siguen jugando a las cartas y comiendo masitas

Ahora, ¿cómo han llegado estas señoras a encontrarse? Porque estoy pensando en la incorporación de una quinta vieja, con un pasado hippie, que viene a intentar mostrar su estilo de vida y criticar el de las otras cuatro. Y esto sólo sería posible si las señoras no se conocen demasiado desde antes.

Se me ocurre la posibilidad de un cierto reencuentro después de muchos años… pienso incluso en las “nuevas tecnologías”, como Facebook y cosas por el estilo.

martes, 24 de noviembre de 2009

Martes 24 de noviembre de 2009

Visita a la casa de Haedo con J. La casa de su infancia. El barrio pareciera ser –de alguna manera, quizás, un tanto más modesta y empobrecida- generador de esas señoras –más frecuentemente avistadas en Barrio Norte y Recoleta- de las que hablaba ayer en mis párrafos anteriores.

Es extraño eso de estar por un rato en otra ciudad, alejado de lo conocido y sin referencias de ningún tipo sobre posibles ubicaciones. No hay forma de orientarse ni de tener referencias: los nombres de las calles son completamente diferentes (o lo que es peor, tienen los mismos nombres que en Capital, pero asignados a otras zonas diferentes de las conocidas), los colectivos son completamente diferentes, las avenidas, los semáforos (cuando los hay) y demás elementos son completamente diferentes. Pareciera que más que otra ciudad es otro país… o más bien, pareciera que tiendo a creer que en toda Argentina se produce una cierta homogeneidad. Mejor aún: tiendo a creer que la Ciudad de Buenos Aires y Argentina son más o menos lo mismo.

No obstante, en todo el periplo, me he quedado pensando en mis viejitas. No sé bien por dónde empezar. Hoy, mientras caminaba las calles que separan la parada del 36 con mi hogar, consideraba la posibilidad de empezar imaginando diálogos. Imaginar primero los diálogos para que los mismos diálogos vayan construyendo a los personajes. Que sea ese juego el que construya los caracteres que luego interactuarán de la manera que ya está más o menos dibujada con la construcción de los diálogos.

Ya ayer empecé a esbozar algunas líneas al respecto de los diálogos. Aquello que comenzó como idea terminó siendo una suerte de pequeño monólogo. Me refiero a eso de “¡Qué cosa, Rosita! ¡Si usted lo viera!” y demás. Eso ya es la semilla de un diálogo. De un diálogo no muy brillante tal vez, pero diálogo al fin.
Y, por supuesto, las dos historias sobre los pedos tienen que estar.

Me imagino también una mezcla de senilidad con algún tipo de habilidad que las haga interesantes. No quisiera que todo el texto redunde en la idiotez, sino en una cierta brillantez dentro de la idiotez. Quizás lo que estoy pensando sea en un cierto heroísmo de la idiotez… aunque no comprenda todavía demasiado bien qué quiere decir esto.

El tema quizás sea que a estas viejitas no me las imagino idiotas. Me imagino a gente educada, que ha recibido estudios, quizás incluso universitarios. Me imagino incluso a personajes que han sido muy valiosos para un cierto grupo o para la sociedad, pero han caído ahora en el olvido. ¿Qué profesión puede ocupar una de estas señoras? No me las imagino en ninguno de los saberes tradicionalmente masculinos (y cuando digo “tradicionalmente” me refiero a la tradición de un siglo atrás) y socialmente reconocidos como “útiles”. Es decir: no me las imagino siendo arquitectas, abogadas, ingenieras. Sí me las puedo imaginar dentro de alguna rama del arte.

lunes, 23 de noviembre de 2009

Los comienzos

En estos últimos días, la mente se me va llenando de historias. Van apareciendo, de ahí, de donde nadie sabe muy bien dónde. Van apareciendo, despacito, tranquilitas, casi sin querer molestar. Hay que pescarlas rápido para que no desaparezcan, para que se queden acá con nosotros.

Hoy a la mañana tuve uno de esos lapsos imaginativos –por decirlo grandilocuentemente- y al poco tiempo lo olvidé. Es el problema de despertar enredado con el trabajo: la mente tiene poco tiempo para desperezarse y asomar la cabeza a la realidad de la vigilia. Apenas recuerdo que era un título, y que hablaba de algo así como un rebote. En fin, ya volverá.

La segunda idea que tuve hoy, mientras iba en colectivo hacia terapia y leía el libro “La loca de la casa”, de Rosa Montero, tiene que ver con escribir varias historias con un mismo comienzo. Es decir: explayar ese proceso que existe siempre en la cabeza que es ramificar una trama. Bien, luego de imaginar las ramificaciones, no quedarme con una, sino escribir varias consecuciones. Varios nudos y desenlaces posibles. Aunque en realidad, el nudo debiera ser –poco más, poco menos- el mismo. Caso contrario, la historia no parecería ser un mismo comienzo con varias resoluciones, sino historias diferentes con un comienzo similar.

Escribiendo esto me acuerdo de la película Next, sobre un tipo que puede adelantar su futuro unos 10, 15 segundos. Hay, así, una escena muy simpática en un restaurante, con una chica muy bonita. Quiere acercarse para levantársela, y va “adelantando” sus respuestas ante ciertos posibles avances de él. Sería una táctica infalible, creo yo.

Me parece que esto que pretendo hacer es algo así: son muchas historias que en realidad es más o menos una, con las vertientes posibles. Sería algo así como una “historia cuántica”, por decirlo de alguna manera. Muchas historias adentro de una, o una historia con muchas variantes. Supongo que tengo que terminar de definir esto antes de ponerme a escribir, si no se me va a complicar ir para un lado o para el otro.

Es también similar esa película cuyo nombre ahora no voy a recordar. Una película japonesa de Kurosawa, en donde tres personajes cuentan el mismo evento, cambiando algunas cosas muy significativas. Alguna de las tres cosas puede haber pasado, o quizás ninguna. ¿Roshamon? ¿Roshomon? El título era algo así. No voy a esforzarme demasiado por recordarlo, ya que sería  un esfuerzo completamente inútil; un ejercicio por el gusto del ejercicio.

Bien. Hay un problema que se me presenta a la hora de plantearme una historia con varios finales: ¿volver a repetir el principio o no? ¿dejar el principio una sola vez, y poner un punto fijo en el comienzo de la ramificación? Esto último me suena bastante cuadrado, pero no imposible. De todas formas, quiero pensar algo más interesante.

Puede suceder también que no sea el mismo relator o la misma persona contando la historia, sino –volviendo a la idea de Kurosawa- varias personas contando la misma historia de manera diferente y alterando algunos elementos básicos que le cambian por completo el sentido.

Esto último me gusta. Es muy Kurosawa, pero qué le vamos a hacer. Dicen que el plagio es la mejor forma de halago, y no hay por qué ahorrarle halagos al nipón.

Bien. ¿En qué reunión se plantea esto? ¿en qué situación se produce el intercambio de opiniones? Creo que para hacer a la historia más interesante, los integrantes a la reunión tendrían que ser parte de lo que cuentan. O quizás, para dar más diversidad, puede que algunos hayan estado, y que otros se hayan enterado del evento y den sus versiones de lo que pasó. Aunque con esto último, es probable que los asistentes tengan más credibilidad. Podría ser, también, una historia de dominio público. Algo de lo que todos están al tanto. Se me ocurre que para hacerlo divertido –y fiel a mi estilo, o al estilo que intento tener-, puede ser alguna historia grotesca. Alguna historia –se me viene a la mente, no sé por qué- de la construcción de un enorme barco que termina en desastre, y todos adjudican lo que pasó a problemas diferentes. Aunque me gustaría algo más pequeño, más humano.

Volvamos, de todas formas, a la escena donde todo esto se cuenta. Quiero una primera persona, un yo ahí, un yo-ser-ahí, un ¿ego dasein? Jeje. Perdón Heidegger. Decía: puede ser una cena, en donde un buen número de participantes son invitados. La gente llega, transcurre la cena (es decir: cenamos) entre algunas trivialidades que permitan pintar a los personajes asistentes al evento. Luego un grupo se retira a la sala a tomar algunos tragos. Sería una especie de tertulia como las que pinta Marechal en su Adán Buenosayres. Podría ser divertido. Bien, entonces: allí se produce que alguien le pregunta a alguno de los convidados si sabe qué ha pasado con cierta situación (la situación “X”). El preguntado comenta lo que sabe sobre X, y luego otro se levanta, increpando al anterior, y plantea una situación diferente. Así, sigue la historia, con sus variantes. Finalmente todos nos retiramos, sin que nadie sepa qué fue lo que pasó, o si pasó todo eso junto.

Creo que yo tendría que tener un cómplice. Un cierto “alguien” con quien intercambiar algunas miradas de asombro entre las distintas opciones. También puede pasar que el protagonista dialogue con la persona que habla: que no sea un soliloquio sino un diálogo entre dos, señalando también las diferencias entre los relatos.
El entorno está más o menos cocinado. Vamos a ver ahora dos cuestiones muy importantes y que están pendientes:

1. ¿Quiénes son los personajes que contarán las historias?
2. ¿Cuál es la historia que se contará?

Decía antes que no quiero contar “una gran historia” como una expedición por África, sino algo más casero, más humano, donde pueda haber más variantes de acuerdo a la interpretación de un mismo hecho. No quiero tampoco caer en psicologismos, pero sí plantear varias historias posibles sin demasiados hechos externos que cambien: quiero que cambie lo interno, lo que sienten, hacen y dicen los personajes, en algunos lugares clave que den diferentes posibilidades de finalización.

Brainstorming. Una reunión en una plaza. Hay una plaza. Dos mujeres se encuentran en una plaza y discuten. Un tercero se suma a la reunión. Lo lindo de esto es que los integrantes de la cena pueden haber estado mirando lo que pasaba sin que nadie haya llegado a escuchar o a ver demasiado bien. Bueno, esto estará por verse, ya que si la acción es la misma se limita bastante la variedad del desarrollo.

Decía entonces: dos mujeres se ponen a discutir en un parque. Pueden estar discutiendo incluso de algo que ellas mismas no vivieron, sino de algo que –por ejemplo- hicieron o no hicieron sus hijos. Aunque con esto el diálogo ya se va demasiado lejos, me parece.

También se ha escrito, pero otra idea que está buena es un tipo que se despierta siempre en el mismo día. Aunque estaba pensando en “El día de la marmota”, pero creo que ahí el tipo no se despierta siempre en el mismo día, sino que no recuerda nada de lo que le pasó. Habrá que investigar un poco, pero como idea me parece interesante.

Mientras tanto, me encontré en el libro La loca de la casa, de Rosa Montero (libro muy lindo, que acabo de terminar), que el autor debe diferenciarse del narrador. Debe poder mantener una sana distancia entre lo que es y lo que cuenta. Decía, además, una frase muy interesante: los escritores jóvenes siempre escriben sobre sí, aunque hablen de los demás… y los escritores maduros, siempre escriben sobre los demás, aunque hablen de sí. Es una idea copada. Además, viene a alimentar algo que vengo pensando últimamente: mis textos son demasiado autobiográficos. Siempre hay un protagonista demasiado parecido a mí, o a algo que yo podría ser o hacer en otras circunstancias. Son personajes que tienen siempre una gran cuota de mi yo, de mis miedos, mis ansiedades, mis traumas, en fin: mi manera de llevar la vida. Un cierto “modus operandi”.

La historia de la que venía hablando antes me tienta, pero todavía no tengo una idea demasiado clara de cuál va a ser la trama central, la historia que todos cuentan de una manera diversa.

Puedo intentar volver a la premisa del taller: contar algo que me hayan contado, dentro de un relato.
En mi cumpleaños (pasado domingo 22, gracias por las felicitaciones) mi amiga A contó un relato muy divertido que no se me ha ido de la cabeza: en una reunión de señoras tomando el té, muy refinadas y elegantes, una de ellas tuvo el desatino de tirarse un pedo. Un sencillo y contundente pedo. La señora, en su espanto, vio cerca suyo a un perro y –como suele suceder con los pobres canes- le echó la culpa. Tan mala suerte tuvo la señora, que el perro resultó ser de porcelana, material completamente incapaz de expeler flatos.
Decía que esta historia me parece muy divertida, y me gustaría contarla. Siento, de todas formas, que debiera darle una mayor trascendencia. Es decir: ¿por qué esta historia se insertaría dentro de un relato mayor? ¿por qué uno de los personajes tendría la necesidad, dentro de un cuento breve, de contar algo así? Y esta pregunta es algo más complicada de responder, ya que no parece ser una historia que tenga mucho que ver con nada, salvo con situaciones similares.

Recuerdo ahora también que M contó una historia algo similar: reunión de té, señoras, pedos. Una señora, básicamente, se tira un pedo. La señora de al lado, creyendo que había sido su perro, lo increpa y lo manda a cucha. La señora del pedo, creyendo que la señora del perro culpaba a su pobre can para burlarla a ella, ofendidísima, la increpa.

En fin, las historias con pedos son siempre algo bastante divertido. Recuerdo aquellas preguntas que hacían en Sátira 12 los domingos (¿o era los sábados?). Recuerdo una en particular: si un mimo se tira un cuesco, ¿sigue siendo un mimo? Mi respuesta sería un rotundísimo “no”.

Volviendo así a mi relato, creo que ninguna de estas dos historias sobre pedos da para ser contada dentro de un relato mayor. Al menos en este momento, no puedo vislumbrar nada. Entonces me pregunto: ¿qué otras historias me han contado? Sea en esta semana o antes, todo sirve.

Otras historias, decía. No quisiera cuadratizarlas dentro de una temática, no quiero encasillar tanto a mi memoria. Pero sí puede estar bueno pensar en gente que puede haberme contado algo. Por ejemplo, J es muy contadora de historias. Cuenta muchas cosas, aunque la mayoría son de su vida, y ya no sé si me da meterme demasiado con eso. Pensemos, pensemos. Algo tiene que aparecer por el horizonte.

¿Mi hermana? Es otra medio chusmeta, quizás me ha contado algo que sea interesante. Bah, pobre, la estoy fusilando con “quizás me ha contado algo que sea interesante”, pero el lector comprensivo entenderá a qué me refiero cuando digo esto. Y si no, allá él. Allá. Lejos. Al menos lejos de mi hermana.

Acabo de recordar otra historia graciosa: F. La grúa le lleva un auto. Lo va a buscar, y lo saca. Va para otro lado. Sale de ese otro lado y el auto no está. Pregunta en la grúa y le dicen que lo tienen ellos. Lo va a buscar, y no está. Se da cuenta que tenían el registro de la “llevada” anterior, por lo que su auto ha sido robado. Va a lo de su madre y le pide prestado su auto. Sale, y al rato un colectivo dobla sobre el auto, prácticamente, arrancándole un buen pedazo de trompa. Definitivamente no era su destino automovilístico. Al menos no ese día.

Claro que para que la historia sea graciosa dentro del ámbito de un cuento, tiene que ser verídica, y esta historia parece, francamente, un gran invento. Si no fuera que me la ha contado un amigo (y que ahora su madre tiene un auto con un pedazo menos de frente y él un auto nuevo), no la creería. Me daría cierta sospecha. Pareciera que tanta mala suerte no puede suceder junta (aunque lo de la grúa no tiene nada de suerte, fue redondamente culpa suya).

Definitivamente, esta historia me resulta muy poco verosímil.

Parece que me cuentan pocas cosas, o que yo decido no recordarlas. O más bien: las que me parecen interesantes de ser contadas son bastante locas, pero poco tienen de sustento para formar parte de un cuento.
De alguna manera siento que las dos historias de viejas tirándose pedos tiene algo interesante y que pueden juntarse. Bien podría suceder que una de esas historias ocurra dentro de la otra: una de las viejas está contando eso que sucedió en una reunión que tuvo con otras viejas (probablemente fotocopias de éstas) y… mmh… no, no sé qué puede pasar para que una vieja (de las de éstas) se ofenda y se enoje. Porque si se tira un pedo en ese momento, poco puede ofenderse por lo que la otra señora contó antes. Y si el relato es contado luego de un pedo, la señora tendría casi completamente razón de ofenderse. A menos que los eventos se sucedan de esta manera:

1. Pedo
2. Señora (de éstas) que reta a su perro y cuenta la anécdota.
3. Señora (otra de éstas) que se ofende
4. Perro de porcelana que se tira un pedo
5. Señoras que se sientan y siguen jugando

Eso de hablar desde la posición de una señora cheta que toma el té me suena un tanto complicado, pero puede llegar a ser muy divertido. No sé bien cómo o de qué hablan estas señoras. Bah, creo que con un poco de imaginación todos podemos saber bastante bien de qué hablan estas señoras, porque esto se debe a que estas señoras son parte de un gran prototipo fotoduplicado: todas hablan de más o menos lo mismo, tienen tapados de piel que huelen a naftalina, leen revistas de gente con plata… ¿o no? No, no sé si este tipo de señoras lee revistas de gente con plata (léase Revista Gente, Caras, etc.). Me parece que las señoras que se juntan a tomar el té y a comer tortas mientras juegan a las cartas son más del tipo Confitería Las Violetas. Son más de nariz parada. No leen de esa gente, sino que se conforman con chusmetear entre ellas. A lo sumo, quizás, me imagino, supongo, comentan cosas que escucharon en la peluquería. Ahí puede haber una razón de diálogo posible: algún tema con su peluquero (peluquero gay, por supuesto). Aunque tampoco sé si da para desarrollar tanto el diálogo. De todas formas, estaba prototipando (?) a estas mujeres. Decía: todas tienen abrigos de piel que huelen a naftalina, comen tortas, le ponen edulcorante al té, tienen un poco de gota en las piernas, van a la peluquería, juegan a las cartas, se quejan de sus nueras, su hijo mayor siempre es mejor que el de los demás (salvo el de alguna, que le salió borracho, o al casarse con “una fulana” perdió relación con ella… la culpa es de la fulana, por supuesto, pero aún así, el chico se le corrompió a la vieja. El chico ahora ya no la llama. ¡Qué cosa, Rosita! ¡si usted lo viera! ¡era tan buen mozo! Siempre me traía bombones cuando venía de trabajar. Pero no, desde que conoció a la zorra esa, ya no me da ni la hora. Parece que ahora se compraron una casita en no sé dónde y se dedican a cultivar papas. O algo así. En fin, en esa línea. Lo importante es que siempre va a estar (poco más, poco menos) lo de “ay, pero era tan bueno… hasta que llegó la zorra esa”. Eso es lo importante: la presencia de la zorra. La zorra tiene que estar. Sin zorra e hijo pefecto, no hay demasiada vieja que valga.

Se me está ocurriendo que esto puede dejar de ser simplemente un relato adentro de otro relato y convertirse un verdadero encuentro con estas señoras. Más aún, puede ser el relato que uno de esos “hijos de señora, que se casó con una zorra” está contando. Más aún, está contándome. Aunque no sé bien qué corno estaría haciendo ahí.

En fin, me gusta la idea de las viejas insoportables que se visten con abrigos de piel y comen torta.

Eso sí: el relator es indispensable. Hace falta la visión ácida de los sucesos.

Ahora, a trabajar.