domingo, 31 de enero de 2010

"Cómo escribir un cuento policíaco" - Gilbert K. Chesterton




Gilbert K. Chesterton

Que quede claro que escribo este articulo siendo totalmente consciente de que he fracasado en escribir un cuento policíaco. Pero he fracasado muchas veces. Mi autoridad es por lo tanto de naturaleza práctica y científica, como la de un gran hombre de estado o estudioso de lo social que se ocupe del desempleo o del problema de la vivienda. No tengo la pretensión de haber cumplido el ideal que aquí propongo al joven estudiante; soy, si les place, ante todo el terrible ejemplo que debe evitar. Sin embargo creo que existen ideales para la narrativa policíaca, como existen para cualquier actividad digna de ser llevada a cabo. Y me pregunto por qué no se exponen con más frecuencia en la literatura didáctica popular que nos enseña a hacer tantas otras cosas menos dignas de efectuarse. Como, por ejemplo, la manera de triunfar en la vida. La verdad es que me asombra que el título de este articulo nos vigile ya desde lo alto de cada quiosco. Se publican panfletos de todo tipo para enseñar a la gente las cosas que no pueden ser aprendidas como tener personalidad, tener muchos amigos, poesía y encanto personal. Incluso aquellas facetas del periodismo y la literatura de las que resulta más evidente que no pueden ser aprendidas, son enseñadas con asiduidad. Pero he aquí una muestra clara de sencilla artesanía literaria, más constructiva que creativa, que podría ser enseñada hasta cierto punto e incluso aprendida en algunos casos muy afortunados. Más pronto o más tarde, creo que esta demanda será satisfecha, en este sistema comercial en que la oferta responde inmediatamente a la demanda y en el que todo el mundo esta frustrado al no poder conseguir nada de lo que desea. Más pronto o más tarde, creo que habrá no sólo libros de texto explicando los métodos de la investigación criminal sino también libros de texto para formar criminales. Apenas será un pequeño cambio de la ética financiera vigente y, cuando la vigorosa y astuta mentalidad comercial se deshaga de los últimos vestigios de los dogmas inventados por los sacerdotes, el periodismo y la publicidad demostrarán la misma indiferencia hacia los tabúes actuales que hoy en día demostramos hacia los tabúes de la Edad Media. El robo se justificará al igual que la usura y nos andaremos con los mismos tapujos al hablar de cortar cuellos que hoy tenemos para monopolizar mercados. Los quioscos se adornaran con títulos como La falsificación en quince lecciones o ¿Por qué aguantar las miserias del matrimonio?, con una divulgación del envenenamiento que será tan científica como la divulgación del divorcio o los anticonceptivos.

Pero, como a menudo se nos recuerda, no debemos impacientarnos por la llegada de una humanidad feliz y, mientras tanto, parece que es tan fácil conseguir buenos consejos sobre la manera de cometer un crimen como sobre la manera de investigarlos o sobre la manera de describir la manera en que podrían investigarse. Me imagino que la razón es que el crimen, su investigación, su descripción y la descripción de la descripción requieren, todas ellas, algo de inteligencia. Mientras que triunfar en la vida y escribir un libro sobre ello no requieren de tan agotadora experiencia.

En cualquier caso, he notado que al pensar en la teoría de los cuentos de misterio me pongo lo que algunos llamarían teórico. Es decir que empiezo por el principio, sin ninguna chispa, gracia, salsa ni ninguna de las cosas necesarias del arte de captar la atención, incapaz de despertar o inquietar de ninguna manera la mente del lector.

Lo primero y principal es que el objetivo del cuento de misterio, como el de cualquier otro cuento o cualquier otro misterio, no es la oscuridad sino la luz. El cuento se escribe para el momento en el que el lector comprende por fin el acontecimiento misterioso, no simplemente por los múltiples preliminares en que no. El error sólo es la oscura silueta de una nube que descubre el brillo de ese instante en que se entiende la trama. Y la mayoría de los malos cuentos policíacos son malos porque fracasan en esto. Los escritores tienen la extraña idea de que su trabajo consiste en confundir a sus lectores y que, mientras los mantengan confusos, no importa si les decepcionan. Pero no hace falta sólo esconder un secreto, también hace falta un secreto digno de ocultar. El clímax no debe ser anticlimático. No puede consistir en invitar al lector a un baile para abandonarle en una zanja. Más que reventar una burbuja debe ser el primer albor de un amanecer en el que el alba se ve acentuada por las tinieblas. Cualquier forma artística, por trivial que sea, se apoya en algunas verdades valiosas. Y por más que nos ocupemos de nada más importante que una multitud de Watsons dando vueltas con desorbitados ojos de búho, considero aceptable insistir en que es la gente que ha estado sentada en la oscuridad la que llega a ver una gran luz; y que la oscuridad sólo es valiosa en tanto acentúa dicha gran luz en la mente.

Siempre he considerado una coincidencia simpática que el mejor cuento de Sherlock Holmes tiene un titulo que, a pesar de haber sido concebido y empleado en un sentido completamente diferente, podría haber sido compuesto para expresar este esencial clarear: el título es "Resplandor plateado" ("Silver Blaze").

El segundo gran principio es que el alma de los cuentos de detectives no es la complejidad sino la sencillez. El secreto puede ser complicado pero debe ser simple. Esto también señala las historias de más calidad. El escritor esta ahí para explicar el misterio pero no debería tener que explicar la propia explicación. Ésta debe hablar por sí misma. Debería ser algo que pueda decirse con voz silbante (por el malo, por supuesto) en unas pocas palabras susurradas o gritado por la heroína antes de desmayarse por la impresión de descubrir que dos y dos son cuatro. Ahora bien, algunos detectives literarios complican más la solución que el misterio y hacen el crimen más complejo aun que su solución.

En tercer lugar, de lo anterior deducimos que el hecho o el personaje que lo explican todo, deben resultar familiares al lector. El criminal debe estar en primer plano pero no como criminal; tiene que tener alguna otra cosa que hacer que, sin embargo, le otorgue el derecho de permanecer en el proscenio. Tomaré como ejemplo el que ya he mencionado, "Resplandor plateado". Sherlock Holmes es tan conocido como Shakespeare. Por lo tanto, no hay nada de malo en desvelar, a estas alturas, el secreto de uno de estos famosos cuentos. A Sherlock Holmes le dan la noticia de que un valioso caballo de carreras ha sido robado y el entrenador que lo vigilaba asesinado por el ladrón. Se sospecha, justificadamente, de varias personas y todo el mundo se concentra en el grave problema policial de descubrir la identidad del asesino del entrenador. La pura verdad es que el caballo lo asesinó.

Pues bien, considero el cuento modélico por la extrema sencillez de la verdad. La verdad termina resultando algo muy evidente. El caballo da título al cuento, trata del caballo en todo momento, el caballo está siempre en primer plano, pero siempre haciendo otra cosa. Como objeto de gran valor, para los lectores, va siempre en cabeza. Verlo como el criminal es lo que nos sorprende. Es un cuento en el que el caballo hace el papel de joya hasta que olvidamos que una joya puede ser un arma.

Si tuviese que crear reglas para este tipo de composiciones, esta es la primera que sugeriría: en términos generales, el motor de la acción debe ser una figura familiar actuando de una manera poco frecuente. Debería ser algo conocido previamente y que esté muy a la vista. De otra manera no hay autentica sorpresa sino simple originalidad. Es inútil que algo sea inesperado no siendo digno de espera. Pero debería ser visible por alguna razón y culpable por otra. Una gran parte de la tramoya, o el truco, de escribir cuentos de misterio es encontrar una razón convincente, que al mismo tiempo despiste al lector, que justifique la visibilidad del criminal, más allá de su propio trabajo de cometer el crimen. Muchas obras de misterio fracasan al dejarlo como un cabo suelto en la historia, sin otra cosa que hacer que delinquir. Por suerte suele tener dinero o nuestro sistema legal, tan justo y equitativo, le habría aplicado la ley de vagos y maleantes mucho antes de que lo detengan por asesinato. Llegamos al punto en que sospechamos de estos personajes gracias a un proceso inconsciente de eliminación muy rápido. Por lo general, sospechamos de él simplemente porque nadie lo hace. El arte de contar consiste en convencer, durante un momento, al lector no sólo de que el personaje no ha llegado al lugar del crimen sin intención de delinquir si no de que el autor no lo ha puesto allí con alguna segunda intención. Porque el cuento de detectives no es más que un juego. Y el lector no juega contra el criminal sino contra el autor.

El escritor debe recordar que en este juego el lector no preguntará, como a veces hace en una obra seria o realista: ¿Por qué el agrimensor de gafas verdes trepa al árbol para vigilar el jardín del medico? Sin sentirlo ni dudarlo, se preguntará: ¿Porque el autor hizo que el agrimensor trepase al árbol o cuál es la razón que le hizo presentarnos a un agrimensor?. El lector puede admitir que cualquier ciudad necesita un agrimensor sin reconocer que el cuento pueda necesitarlo. Es necesario justificar su presencia en el cuento (y en el árbol) no sólo sugiriendo que lo envía el Ayuntamiento sino explicando por qué lo envía el autor. Más allá de las faltas que planea cometer en el interior de la historia debe tener alguna otra justificación como personaje de la misma, no como una miserable persona de carne y hueso en la vida real. El lector, mientras juega al escondite con su auténtico rival el autor, tiende a decir: Sí soy consciente de que un agrimensor puede trepar a un árbol, y sé que existen árboles y agrimensores. ¿Pero qué esta haciendo con ellos? ¿Por qué hace usted que este agrimensor en concreto trepase a este árbol en particular, hombre astuto y malvado?

Esto nos conduce al cuarto principio que debemos recordar. La gente no lo reconocerá como práctico ya que, como en los otros casos, los pilares en que se apoya lo hacen parecer teórico. Descansa en el hecho que, entre las artes, los asesinatos misteriosos pertenecen a la gran y alegre compañía de las cosas llamadas chistes. La historia es un vuelo de la imaginación. Es conscientemente una ficción ficticia. Podemos decir que es una forma artística muy artificial pero prefiero decir que es claramente un juguete, algo a lo que los niños juegan. De donde se deduce que el lector que es un niño, y por lo tanto muy despierto, es consciente no sólo del juguete, también de su amigo invisible que fabricó el juguete y tramó el engaño. Los niños inocentes son muy inteligentes y algo desconfiados. E insisto en que una de las principales reglas que debe tener en mente el hacedor de cuentos engañosos es que el asesino enmascarado debe tener un derecho artístico a estar en escena y no un simple derecho realista a vivir en el mundo. No debe venir de visita sólo por motivos de negocios, deben ser los negocios de la trama. No se trata de los motivos por los que el personaje viene de visita, se trata de los motivos que tiene el autor para que la visita ocurra. El cuento de misterio ideal es aquel en que es un personaje tal y como el autor habría creado por placer, o por impulsar la historia en otras áreas necesarias y después descubriremos que está presente no por la razón obvia y suficiente sino por las segunda y secreta. Añadiré que por este motivo, a pesar de las burlas hacia los noviazgos estereotipados, hay mucho que decir a favor de la tradición sentimental de estilo más lector o más victoriano. Habrá quien lo llame un aburrimiento pero puede servir para taparle los ojos al lector.

Por último, el principio de que los cuentos de detectives, como cualquier otra forma literaria, empiezan con una idea. Lo que se aplica también a sus facetas más mecánicas y a los detalles. Cuando la historia trata de investigaciones, aunque el detective entre desde fuera el escritor debe empezar desde dentro. Cada buen problema de este tipo empieza con una buena idea, una idea simple. Algún hecho de la vida diaria que el escritor es capaz de recordar y el lector puede olvidar. Pero en cualquier caso la historia debe basarse en una verdad y, por más que se le pueda añadir, no puede ser simplemente una alucinación.

sábado, 30 de enero de 2010

"Quién mató a Tom McCoffee" - Les Luthiers



Sin ninguna duda este grupo de humoristas y músicos argentinos han pasado por gran cantidad de etapas en su larga trayectoria. En mi modesta opinión, durante las décadas del '70 (con sus espectáculos Mastropiero que nunca, Les Luthiers hacen muchas gracias de nada) y del '90 (Grandes hitos, Unen canto con humor, Bromato de armonio) han producido los mejores espectáculos.

De Bromato de armonio (1996) es el número "Quién mató a Tom McCoffee", uno de mis grandes favoritos. Comparto con ustedes el video. ¿Cuáles son sus favoritos?


Parte I



Parte II

viernes, 29 de enero de 2010

Wassily Kandinsky




Recuerdo que de chico me encantaba dibujar con carbonillas y lápiz negro de distintos grosores. Por alguna razón, nunca coloreaba lo que dibujaba. Trazaba sombras, texturas y me gustaba mucho jugar con los reflejos de las cosas (el último nivel de mímesis platónico, dicho sea de paso) y con la perspectiva. Por más que me gustase dibujar, nunca pude coquetear con el arte pictórico. Es un lenguaje que de alguna manera siento ajeno, que habla un idioma diferente al mío, o tal vez un dialecto del cual entiendo sólo unas pocas palabras pero no el sentido general de lo que se me quiere decir.


Wassily Kandinsky
(Rusia,1866 - Francia, 1944)


Sin embargo, hay unos pocos pintores que siempre han llamado mi atención y casi creo que me gustan. Uno de ellos es Wassily Kandinsky. ¿Quién fue este hombre? Wikipedia tiene su respuesta (como siempre). Wassily Kandinsky: Ruso (por si cabían dudas), estudió leyes, se dice que fue un precursor de la pintura abstracta, teórico de la pintura, etc.



Me gustó este fragmento: "En 1910 hace su primera acuarela abstracta, en la que(...) en las manchas más oscuras predominan dos colores, el rojo y el azul, que evidentemente están relacionados porque siempre están juntos. El rojo es un color cálido y tiende a expandirse; el azul es frío y tiende a contraerse. Kandinski no aplica la ley de los contrastes simultáneos sino que la comprueba; se sirve de dos colores como de dos fuerzas manejables que se pueden sumar o restar y, según los casos, es decir, según los impulsos que siente, se vale de ambas para que se limiten o se impulsen mutuamente. Hay también signos lineales, filiformes; son, en cierto modo, indicaciones de posibles movimientos, son trazos que sugieren la dirección y el ritmo de las manchas que vagan por el papel."




Desconozco qué es lo que tiene este hombre, que ha pintado imágenes tan coloridas en contraste con mi fascinación infantil por el gris y el negro, las texturas y las sombras. Sin embargo, hay algo poderoso en sus cuadros que me atrae mucho. Dudo descubrirlo, aunque francamente poco importa.

Les dejo también un video con varias de sus pinturas acompañadas de una música de fondo que, a mi juicio, combina muy bien:


miércoles, 27 de enero de 2010

"La hierba roja", Boris Vian






Boris Vian



En mi lectura de anoche me encontré con el siguiente fragmento de “La hierba roja”, de Boris Vian:

“(…) Dieciséis años… dieciséis largos años con el culo pegado a un banco duro... diciséis años de chanchullos y honestidad alternados. Dieciséis años de aburrimiento: ¿qué queda de ellos? Imágenes aisladas, ínfimas… el olor de los libros nuevos el primero de octubre, las hojas que dibujábamos, el vientre asqueroso de la rana disecada en clase de prácticas, con su peste a formol, y los últimos días de curso, cuando nos dábamos cuenta de que los profesores son personas porque también ellos se van de vacaciones, y había menos alumnos en clase. Y ese miedo atroz, del que ya no recuerdo la causa, las vísperas de exámenes… Costumbres regulares… todo se reducía a eso… pero ¿sabe usted Monsieur Brul, que es un crimen imponer a los niños un horario que dura dieciséis años? El tiempo es un engaño, Monsieur Brul, que es un crimen imponer a los niños un horario que dura dieciséis años? El tiempo es un engaño, Monsieur Brul. El tiempo real no es mecánico, no está dividido en horas iguales… el tiempo de verdad es subjetivo… se lleva dentro… Levántese a las siete todas las mañanas… Almuerce a mediodía, acuéstese a las nueve… y no tendrá nunca una noche suya… no sabrá nunca que hay un momento en que, al igual que la marea deja de bajar y se queda un instante inmóvil antes de volver a subir, el día y la noche se mezclan y se funden, y forman una barra de fiebre semejante a la que forman los ríos cuando desaguan en el océano. Me robaron dieciséis años de noche, Monsieur Brul. Me hicieron creer, en primero de bachillerato, que mi único progreso debía consistir en pasar a segundo… en sexto, tuve que hacer la reválida… y luego, un título… Sí, pensé que tenía un objetivo en la vida, Monsieur Brul… y no tenía nada… Avanzaba por un pasillo sin principio ni fin, a remolque de unos imbéciles, precediendo a otros imbéciles. Envolvemos la vida con diplomas. Del mismo modo en que te envuelven los polvos amargos con cápsulas, para que te los tragues sin darte cuenta… pero ya ve usted, Monsieur Brul, ahora ya sé que me habría gustado el verdadero sabor de la vida. (…) Por eso hice trampas –concluyó Wolf-. Hice trampas… para ser sólo el que piensa en la jaula, ya que de todos modos seguía encerrado allí con los que se quedaban inertes… y no salí ni un segundo antes que ellos. Es cierto, pudieron pensar que me sometía, que hacía lo que ellos, y eso satisfacía mi preocupación por la opinión ajena. Y, sin embargo, durante todo ese tiempo viví en otra parte… era perezoso y pensaba en otras cosas.”

Y otro fragmento, de la página siguiente:

Envejecer no tiene ninguna importancia “si se ha vivido. Pero de lo que me quejo es d que se empiece por envejecer. Mire, Monsieur Brul, mi punto de vista es simple: mientras exista un lugar en el que haya aire, sol y hierba, tenemos la obligación de lamentar no estar allí”



domingo, 24 de enero de 2010

Domingo 24 de enero de 2010

Desde el año pasado que no me sentaba a escribir sobre estas páginas virtuales que pretenden ser el semillero de ideas literarias y el zaguán donde se cuecen a fuego lento las ideas y proyectos. Dicho sea de paso, ¡Feliz año nuevo, literatura!

No puedo dejar de mencionar (así, al pasar) que haber dejado de escribir tan rotundamente durante más de un mes al encontrarme de vacaciones en el taller me hace sospechar levemente que cierta atadura al hecho de escribir está causado por la simple idea de la responsabilidad; de escribir porque es lo que hace la gente que va a un taller de escritura.

Pensando, mientras lavaba los platos (noble oficio para un pensador), me encontré con la hipotética pregunta de una clienta concreta –por qué le he endilgado este oficio de cuestionadora quedará para contestar en otros ámbitos- acerca de si es o no mi pasión por mi trabajo. De concretarse esta pregunta hipotética, me vería obligado –si fuese más sincero con mis clientes respecto a mi vida personal de lo que soy- a decirle que no. Y si, en nueva hipótesis, se produjera una segunda pregunta acerca de cuál es mi pasión, dudaría mucho (y digo esto sin dudarlo). Creo que optaría por la escritura, aunque no entienda muy bien de qué forma mi pasión puede ser abandonada durante casi 40 días sin que se me chile el moño.

En un segundo pensamiento, puedo sospechar que mi vida diaria está algo afiacada, o, por lo menos, alejada de las cosas que me hacen bien. Las distracciones han tomado un lugar preponderante de mi tiempo libre, y mi tiempo laboral desearía de ser ocupado por las anteriores libertades del tiempo libre ocioso y distractivo (si es que tal término existe… y si no, también).

Releyendo por encima estos últimos párrafos me siento autojuzgado desde la perspectiva de mis abuelos; o al menos desde aquella perspectiva que reclama las ausencias anteriores cuando hago acto de presencia. Es decir: ¿vale preguntarme todo esto cuando estoy aquí escribiendo? ¿o debiera dejarlo para aquellos momentos donde la escritura se vuela como los papelitos de anotaciones sobre un escritorio montado en la cima del Everest (no puedo dejar de preguntarme para qué coños alguien pondría un escritorio con papelitos de anotaciones en la cima del Everest).

No obstante la presente reflexión, aquí me encuentro, dispuesto a retomar el noble amor por la literatura, mi fiel amor, luego de unas vacaciones con oficios alquilados, que no llenan el alma pero entretienen.

Acabo de recordar una idea que tuve en un taxi y envié por SMS a mi email (qué tecnológico lo mío): un grupo de gente, completamente disconforme con la situación que viven y entendiendo en la queja un noble lugar de desahogo, decide fundar el “Club de la Queja”. Un club donde la gente puede quejarse a gusto y piaccere sin ser interpelados por terceros por su actitud. Este club tiene una gran aceptación al comienzo, pero en el transcurso del tiempo los miembros empiezan a desertar porque se dan cuenta que la queja no tiene sentido si está institucionalizada.

Por alguna razón, esta idea me ha gustado mucho más cuando la pensé en aquel taxi camino a terapia que ahora que intento revivirla. Sospecho que la abundancia de ideas nunca es un problema, ya que de allí se podrán descartar las que sirven para ser escritas, y tirar por la borda a ese mar de palabras a las que no sirvan. ¡Caminarán por la borda, ideas que no serán escritas! ¡Os lo digo yo! Aunque mejor las guardo bajo cubierta, así no se mojan con la lluvia… no sea cosa que más adelante me arrepienta y tenga que mandar a buzos exploradores para rescatarlas de las inclemencias del Océano.