martes, 31 de mayo de 2011

Mención de Honor del Instituto Cultural Latinoamericano

Quiero compartir con todos ustedes la alegría de haber recibido una Mención de Honor en el VII Concurso Internacional de Poesía y Narrativa "Destacados 2011" del Instituto Cultural Latinoamericano por mi cuento Historias paralelas.

El cuento forma parte ahora del libro "Destacados 2011" (Ed. Aries, ISBN 978-987-26832-1-4, impreso en abril de 2011).

Es extraña la sensación de tener algo publicado. Hay algo propio, en papel, ¡que no imprimí yo! Un cuento que otros podrán leer sin que tenga que enviárselos por email diciendo "che, escribí algo, pegale una leída y comentame qué te parece". Es, sin lugar a dudas, muy agradable.

Terminé de escribir Historias paralelas a fines del año pasado. Cuando recibí el ejemplar del libro, como podrán suponer, lo primero que hice fue releerlo. Y, ¿saben qué? ¡cuántas cosas le cambiaría! Tal vez sea que soy unos meses más "sabio" que cuando terminé de escribirlo, pero más bien pienso que esta situación se va a dar el resto de mi vida: volviendo a ver borradores viejos, siempre querré cambiarle muchas cosas. Por eso, como dicen que decía Borges, un cuento termina de corregirse en el momento en el que se lo manda a imprimir. A partir de allí, no hay vuelta atrás.

Como fuere, a todos los que me ayudaron con sus críticas y comentarios en el proceso de escritura del cuento, ¡muchas gracias!

lunes, 30 de mayo de 2011

Desempolvando el altillo

Este blog surgió entre el aburrimiento de un lunes 23 de noviembre de 2009 y las ganas de tener un libro de recortes de diversas ideas para cuentos, historias o, quién dice, alguna novelita (¿y? ¿quién dice? ¿eh?).

Han pasado un par de años y creo que ninguna de las historias que comencé a bocetar por aquí ha avanzado. Me propongo entonces desempolvar un poco el altillo del blog; la baulera de esta bitácora; el sótano del departamento; el cajón de abajo de todo de algún mueble, ese que uno nunca sabe qué corno tiene.

Decía, entonces. Índice de ideas sobre las que me he propuesto escribir y nunca he desarrollado:

1. La misma historia contada por diversos asistentes a una cena. Todas las historias comparten un lugar de inicio similar y se van ramificando hacia lugares diferentes.

2. Señoras muy finolis reunidas. En uno de esos encuentros, una de ellas se tira un potente flato.

3. Siete monjes en una caverna evitando que salga un bicho feo que hay del otro lado de siete puertas (dilema existencial).

4. Fundación del "Club de la Queja" y su posterior deserción cuando sus miembros se dan cuenta de que la queja no tiene ningún sentido si no es transgresora.

5. Historias instantáneas. Escribir todas las ramificaciones mentales en el transcurso de alguna actividad cotidiana de un tipo (por ejemplo, llendo a comprar pan). Qué historias se van gestando en la cabeza del tipo.


La pucha, ¿en casi tres años esto es todo? ¡qué perezoso he estado!

De todo esto, las ideas que más me gustan son las dos primeras: que varios personajes cuenten, de manera diferente un mismo suceso, y la inolvidable historia de las señoras y los pedos.

El Club de la Queja no está nada mal, aunque sería más una crónica que un cuento. Al menos así me lo imagino: un narrador externo relatando lo que sucede con la fundación del Club, sus primeros miembros, su popularización, su crisis y su cierre definitivo.

Las "historias instantáneas" todavía necesitan tomar un poco de forma para que me resulten tentadoras: elegir una forma de contarse. Sospecho que lo mejor sería una tercera persona. Puedo describir de manera muy detallada el transcurrir de un rato de un tipo y ver qué me va surgiendo desde allí. Tengo que pensar cómo dejar en claro qué cosa es lo que le está pasando y qué cosas se imagina el tipo. Supongo que si son historias fantásticas esto puede quedar claro... pero si son historias del orden de lo realista, tengo que buscar algún tipo de alternativa.

Si algún lector incauto cae por aquí que me diga cuál de los temas le gusta más para un desarrollo. Y cualquier aporte es bienvenido.

domingo, 29 de mayo de 2011

Norman Mailer

Entrevista a Norman Miller publicada en La Nación.
Las negritas y enlaces son míos.
Todas las imágenes y enlaces han sido extraídos de Wikipedia.


Norman Mailer

En los próximos días se distribuye Un arte espectral (Emecé), el testamento literario de uno de los mayores narradores del siglo XX: el estadounidense Norman Mailer. Bitácora de un escritor y manual sobre el oficio, este libro analiza los misterios técnicos de la novela y muestra el ajuste de cuentas de un creador inigualable con la pasión de toda su vida


Estilo

El estilo, por supuesto, es lo que todo buen autor joven busca adquirir. En el acto del amor, su equivalente es la gracia. Todos lo quieren, ¿pero quién puede encontrarlo trabajando directamente hacia la meta?
En mi caso, Advertencias a mí mismo fue el primer libro que escribí con un estilo que pudiera llamar propio, pero no lo empecé hasta 1958, diez años después de que se publicara Los desnudos y los muertos . En el medio habían llegado Costa bárbara y El parque de los ciervos , y no quería tener otra vez dos novelas tan difíciles de escribir.

León Tolstói
No sabía lo que estaba haciendo. Aparte del vértigo que ataca a cualquier atleta, actor o joven empresario que tiene un éxito inicial enorme, yo tenía mi propio problema particular, una preciosura: no conocía mi oficio. Los desnudos y los muertos había sido escrito a partir de lo que podía aprender de leer a James T. Farrell (en inglés) y John Dos Passos, con buenas dosis de Thomas Wolfe y Tolstoi, más tintes homeopáticos de Hemingway, Fitzgerald, Faulkner, Melville y Dostoievski. Con semejante ayuda, fue un libro que se escribió solo.

Yo sabía, sin embargo, que no era un logro literario. Había hecho un libro con un estilo general prestado por muchas personas y no sabía lo que tenía por decir yo mismo. Aún no había tenido suficiente de mi propia vida. Incluso podría adelantarse la idea de que el estilo les llega a los autores jóvenes más o menos en la época en que reconocen que la vida también está dispuesta a herirlos. Hay algo allá afuera que no es necesariamente engañoso. Eso explicaría por qué autores que estuvieron enfermos en la infancia casi siempre llegan temprano en su carrera como estilistas desarrollados: Proust, Capote y Alberto Moravia son tres ejemplos; Gide ofrece otro. Esta noción explicaría, por cierto, el desarrollo temprano y completo del estilo de Hemingway. Tuvo, antes de cumplir los veinte, la sensación inconfundible de estar herido, tan cerca de la muerte que sintió que su alma se deslizaba fuera de él y después volvía.

Truman Capote
El joven autor promedio no está así de enfermo en la infancia ni es tan duramente golpeado por la vida temprana. Sus pequeñas muertes sociales son equilibradas a veces por sus pequeñas conquistas sociales. Así que escribe en el estilo de otros mientras busca el propio, y tiende a buscar palabras más que ritmos. En su apuro por dominar el mundo (raro es el escritor joven que no sea un pendejo consumado), también tiende a elegir sus palabras por su precisión, su capacidad de definir, su acción acrobática. A menudo su estilo cambia de escena a escena, de párrafo a párrafo. Puede conocer un poco acerca de crear atmósferas, pero la esencia de la buena escritura es que instala una atmósfera tan intensa como la de una obra teatral y después la altera, la amplía, la conduce hacia otra atmósfera. Cada frase, precisa o imprecisa, jactanciosa o modesta, cuida no meter un dedo hiperactivo a través del tejido de la atmósfera. Tampoco las frases se vuelven tan vacías de cualidad personal como para que la prosa se hunda en el suelo de la página. Es un logro que llega por haber pensado en la vida de uno hasta el punto en que uno la está viviendo. Todo lo que pasa parece capaz de ofrecer su propia suma al autoconocimiento. Uno ha llegado a una filosofía personal o ha alcanzado incluso esa rara meseta donde está atado a su propia filosofía. En esa coyuntura, todo lo que uno escribe proviene de la atmósfera fundamental propia.

Un desarrollo semejante debe de haberse producido en mí en los diez años pasados entre la publicación de Los desnudos y los muertos y el comienzo del trabajo en Advertencias a mí mismo . En todo caso, se convirtió en el libro en el que traté de separar mi bilis espiritual legítima de mi autocompasión, y tal vez fue la tarea continuada más dura que me había planteado. Lo que agravaba cada problema era que también estaba tratando de dejar de fumar, y como corolario de abandonar la nicotina, me vi lanzado al problema del estilo mismo. En aquellos días, mi psiquis se sentía tan distinta sin cigarrillos como mi cuerpo al pasar del aire al agua. Era como si percibiera con sentidos distintos, y las reacciones claras se vieran embotadas. Escribiendo sin cigarrillos, el mundo que buscaba casi nunca llegaba, no en un tiempo rápido. En compensación, tenía garantizada una sensibilidad al ritmo de lo que escribía y eso me ayudaba a volcar mi mano en dirección de la mejor prosa. Empecé a aprender lo difícil que es pasar de la hegemonía de la palabra a la resonancia del ritmo. Esto puede ser un salto más grande que un brinco a la poesía. Así, Advertencias a mí mismo fue un libro cuya escritura me cambió la vida.

En El parque de los ciervos había estado tratando de encontrar un estilo a través de tres borradores. El primero había sido proustiano: no un Proust de primera categoría, desde luego. Proust intentado. Proust fracasado. El segundo borrador estaba ubicado en algún lugar entre la novela inglesa de costumbres y Scott Fitzgerald: no del bueno, pero en esa dirección general. Encajaba con el material esencial. Así que aprendí cómo el estilo repele literalmente ciertos tipos de experiencia y puede equivaler a una esposa dominante que siempre está dispuesta a elegirte los trajes. Si un escritor insiste en un tono específico, a pesar de todas las advertencias internas, incluso puede limitar la variedad de experiencias que entren en el libro.

Nelson Algreen
Encontrar la manera propia de escribir es algo elusivo. Aunque por cierto ayuda a desarrollar un estilo único, primero tienes que aprender cómo escribir. Allá en los años cincuenta, Nelson Algren estaba dando una clase de escritura en Chicago y me invitó a asistir. Leyó un cuento de uno de los chicos. Hemingway de cuarta. Después, le dije a Nelson: "¿Por qué le prestaste tanta atención? Sólo estaba copiando a Hemingway". Y Algren, que tenía diez años más que yo y sabía mucho más, dijo: "Sabes, estos chicos están mejor si se atan a un escritor y empiezan a imitarlo, porque aprenden mucho haciéndolo. Si son buenos en algún sentido, tarde o temprano se librarán de la influencia. Pero antes tienen que atarse a alguien". Eso fue útil.

Por otro lado, lleva tanto tiempo encontrar tu propia manera de escribir. Se reduce a un conjunto de decisiones sobre qué palabra es valiosa y cuál no, en cada frase que escribes. ...se es un elemento. Otro es la coherencia general. Tienes escritores que son excepcionalmente talentosos pero siguen siendo lo que yo llamaría grandes aficionados. El ejemplo más notable sería una escritora tan dotada como Toni Morrison. Su estilo puede cambiar de un capítulo a otro: su vigor no reside en proteger el tono. Puede escribir con belleza durante páginas enteras, y después, al capítulo siguiente, se demora en un modo pedestre. Viola lo que es ella en su mejor momento, su voz distintiva, esas percepciones distintivas. [...]

El estilo es también un reflejo de la identidad. Dado un sentido firme de ti mismo, puedes escribir en una veta coherente. Pero si tu identidad cambiara, también cambiará tu presencia en tu prosa. Es innecesario decir que la enfermedad, la tragedia, la frustración enorme, la propia edad están destinadas a alterar toda noción firme de ti mismo.

Henry James
Y, desde luego, el tema de uno también afectará las palabras de uno. Una voz periodística puede meterse en el funcionamiento de unas cuantas novelas de actualidad. Pero la verdad es que no quisieras ser Henry James para describir la vida de Gary Gilmore. Existe el vicio de la escritura demasiado espléndida. Para lo que Henry James quería hacer, sin embargo, su lenguaje era ideal. Reconoció antes que ningún otro que la educada vida social, a pesar de sus aspectos ridículos o afectados, también ofrece un espectro de pequeñas opciones presentes en cada momento. En la vida social, una persona a menudo elige entre tres o cuatro alternativas igualmente agradables, incluso para elegir ser un poco más cálido o un poco más frío de lo que originariamente esperaba ser hacia una persona dada. James tenía un sentido extraordinario de esa vibración imprevista dentro de lo casi totalmente esperable, y creó un mundo narrativo a partir de tal percepción, un mundo que dependía por entero de su voz única.

Es reconfortante sostener que algunos escritores importantes desarrollan un estilo a partir de evitar sus debilidades mayores. Hemingway no era capaz de escribir una oración larga, compleja, con buena arquitectura en la sintaxis. Pero convirtió esa incapacidad en su habilidad personal de escribir breves frases declarativas o largas oraciones fluidas conectadas con conjunciones. Faulkner, por el contrario, no era capaz de escribir con sencillez, pero sus oraciones demasiado opulentas, congestionadas, producían una atmósfera extraordinaria. A su vez, Henry Miller rara vez podía contar bien toda una historia. Prefería sus excursiones apartadas de la historia, y esos apartes son lo que lo hizo excepcional.

Bestsellers

Ahora que el deseo desmesurado que había en mí por las grandes ventas se ha asentado en expectativas más razonables, bien puedo ofrecer algunos pensamientos posteriores sobre el tema.

Escribir un bestseller con intención consciente de hacerlo es, después de todo, un estado mental que no deja de tener puntos de comparación con el acto de casarse por dinero sólo para descubrir que la ausencia de amor es más costosa de lo previsto. Cuando un supuesto y modesto escritor de bestsellers al fin se vuelve lo bastante profesional como para escribir un libro ganador, él o ella piensa que ha logrado una gran hazaña, al igual que un hombre desprovisto de amor (y dinero) verá un casamiento pródigo como una unión espléndida.

Rainer Maria Rilke
Lo ideal, y cuando te pones más viejo tratas de acercarte a lo ideal, es escribir sólo lo que te interesa. Puede resultar de interés a otros o no, pero si tratas de dirigirte hacia el éxito, no debieras ser un escritor serio. En cambio, harás bien en estudiar los trucos de los autores de bestsellers constantes mientras te aseguras de mantenerte apartado de cualquier cosa que esté bien escrita . Leer buenos libros puede envenenar tu satisfacción por haber conseguido un bestseller. No creo que Jackie Susann se vaya a dormir con Rainer Maria Rilke sobre la mesita de luz.

Hoy, los grandes cuadros literarios por lo común se dejan para los novelistas de bestsellers. Tendrán un elenco de cuarenta o cincuenta personajes, e historias que atraviesan de cincuenta a cien años. Incluirán varias guerras mundiales, más cambios asombrosos en las vidas de varias familias. Hacen todo eso para mantener su libro en movimiento. Lo que caracteriza por lo común a estas novelas es que nada hay en ellas con lo que no te hayas cruzado antes. La mayoría de los buenos escritores tienden en estos días a trabajar sobre panoramas más pequeños. Entonces, al menos, tienes la confianza de que lo que estás haciendo incluye alguna verdad en cuanto ficción. Eso es razonable. Al menos estás contribuyendo al conocimiento en vez de aumentar el barro de la cultura. Desde luego, eso puede hacer más difícil enfocar un tema amplio. En este momento el único gran escritor que puede manejar cuarenta o cincuenta personajes y tres o cuatro décadas es García Márquez. Cien años de soledad es una obra asombrosa. Logra hacerlo, pero cómo, no lo sé. En mi novela sobre Egipto, me llevó diez páginas pasar más allá de una curva del Nilo.

Stephen King
Es contraproducente pensar: voy a poner esto porque venderá ejemplares. Por lo común, eso no funciona. Hay una integridad en el bestsellerato: es el mejor libro que el autor es capaz de escribir en ese momento. ...él o ella cree en el libro. Por eso es un bestseller. Stephen King era un escritor torpe y repetitivo cuando empezó, pero los lectores de bestsellers respondieron a su sinceridad. Eso estaba presente en cada página mal escrita. La popularidad de la mala escritura es análoga al disfrute de la comida chatarra.

Debo decir que King ha mejorado en estilo desde que empezó. Es de esperarse que sus lectores también, pero eso no es tan seguro.

Una estrategia del bestseller es seguir agregando ingredientes nuevos a la historia. ¡Pero cuidado! La trama es igual que una droga. Puede estimular a un novelista hacia hordas de energía creativa, y por cierto mantendrá a un lector sobre la página, pero tarde o temprano, la trama presenta su factura, y exigencias graves caen sobre el escritor. El autor que está sobrecargado de trama a veces se ve obligado a entrar en la mente del personaje para mantener las cosas claras.

Exactamente aquí es donde todo se empantana. La confianza de un lector en lo que está leyendo se verá traicionada sutilmente o incluso dilapidada en caso de que un novelista elija entrar en la mente de un personaje pero falle en transmitir el don indispensable para que el lector pueda ahora saber más que antes sobre el personaje. Los monólogos interiores por lo común son rutina e insisten en contarnos lo que ya sabemos. Casi no existe una calidad garantizada de la mente.

Por supuesto, el daño es limitado, porque las reflexiones internas de los personajes en la mayoría de los megabestsellers son más o menos lo que uno espera. Los lectores de megabestsellers desean poder leer y leer y leer: no desean reflexionar sobre ninguna revelación realmente inesperada. La realidad puede estar allá afuera, pero ése no es el motivo por el que estamos leyendo.

Maxwell Perkins
La corrección o edición tiende a hacer que los bestsellers se lean como más semejantes entre sí. Por ejemplo, pocos bestsellers no sufren de una avalancha de adjetivos. Porque cuando un escritor no puede encontrar el matiz de una experiencia, por lo común la recarga de adjetivos. Eso le dice al lector qué debe pensar. Esto acompaña una tendencia en las editoriales de poner el énfasis en el entretenimiento a toda costa. Por supuesto, un cansancio penetrante podría invadirnos debido al ritmo al cual somos entretenidos.
Mi generación literaria estaba bajo el paraguas de Maxwell Perkins (en inglés): cualquiera que se convirtiera en editor deseaba ser como él. Los editores jóvenes sentían fidelidad hacia sus escritores. Había casamientos espirituales, por así decirlo. Sigue siendo verdad hasta cierto punto, pero las probabilidades contra el sostenimiento de semejante lealtad ahora son mucho más altas. El mundo editorial de hoy dicta que un editor tiene que aportar libros que hagan dinero. Este casi absoluto tiene que penetrar en los intersticios del pensamiento de un editor joven. (Y en sus intestinos.) Imagino que sería difícil para la mayoría de los editores jóvenes no empezar a presionar un poquito a sus autores para que traten de ser más populares. Eso, desde luego, ejerce presión sobre el vínculo.

Thomas Mann
Justo ahora el dinero inteligente apostaría contra la novela seria. Las editoriales se están deprimiendo por el futuro de la ficción de buena calidad, y es obvio que los directores editoriales son los que más determinan ese futuro. Es probable que la supervivencia dependa de los editores jóvenes. Cuando una novela seria de un desconocido se publica en estos días, por lo común es porque algún editor joven se lo ha tomado a pecho. Por lo general, el director editorial le sigue la corriente. De hecho, ése es el costado caritativo del mundo editorial, y seguirá mientras los directores editoriales mantengan alguna fe en sus editores jóvenes, que, a su vez, logren apegarse a su coraje.

Los gerentes de librerías pueden preguntar: "¿Por qué no escribes un libro corto?" No necesitan manifestar su motivo. Los dos sabemos. Los libros cortos son libros delgados, y así ocupan menos espacio en las estanterías. Ergo, las estanterías pueden rendir más ingresos por metro. Pero ¿novelas cortas? Por desgracia, fui influido a edad temprana por Thomas Mann, quien decía que sólo lo exhaustivo es realmente interesante. Confía en Mann para hacer de uno un elitista encubierto.

Traducción: Elvio Gandolfo

Nota original: http://www.lanacion.com.ar/1052786-la-leccion-de-mailer

sábado, 28 de mayo de 2011

Conversaciones repetidas

En estos días de muchos bares y ratos de escritura, me crucé dos veces con el mismo señor.

El primer encuentro sucedió cuando estaba escribiendo en mi portátil, concentrado, y escuché que cerca mío alguien decía "Escribe a tacto...". No le di mayor importancia; de hecho no estaba seguro de que las palabras estuvieran dirigidas hacia mí. Minutos después el hombre se acerca hasta mi mesa y reitera: "Escribe al tacto". Era un señor bastante mayor. No recuerdo mucho su cara; al mirarlo no pude ver nada más que una especie de lastimadura perpetrada en la nariz. Sí recuerdo que le sonreí y asentí con la cabeza. Me preguntó de dónde era: "de Capital", contesté. Y luego me prodigó un soliloquio: "¡Ah! de Capital. Yo también soy de Capital. Ahí fundé una academia, bueno, usted no la conoce, es muy joven, pero hace cuarenta años fundé una academia de escritura al tacto. ¡Qué bueno que es escribir al tacto! Claro, en esa época enseñaba escritura al tacto para máquinas de escribir. Era más difícil. ¡Qué bueno que es escribir al tacto! se ahorra mucho tiempo. Yo en esos tiempos vivía por Libertador, a la altura de Callao. Pero claro, Buenos Aires ya no es lo que era... como Recoleta, antes no nos importaba tanto Recoleta como ahora". No sé a ustedes, pero a mí Recoleta no me importa mucho más o menos que cualquier otro barrio. Con mi simpatía habitual, creo que le dirigí una sonrisa cordial y volví a mirar la pantalla de mi PC. El hombre volvió a sentarse.

Hace instantes, algunas mesas más allá, alguien dijo "Oiga, ¿usted llegó antes que yo o después?". Esta vez las palabras no estaban dirigidas hacia mí. Otra voz contestó "Después, creo". El primero continuó: "¡Ah! porque a mí todavía no me trajeron el café... perdone, ¿de dónde es usted?". "De Capital". Y creo que ya se imaginan el resto: "¡Ah! de Capital. Yo vivía por Libertador, a la altura de Callao. Pero claro, Buenos Aires ya no es lo que era... como Recoleta...".

Acaba de pasar frente a mí: "¡El hombre que escribe al tacto!", me dijo, y salió. Creo que después de esto me cae más simpático.

viernes, 27 de mayo de 2011

"Hay que envejecer con dignidad"

Cuando salgo a cenar, suelo ir acompañado. Es una forma sabrosa de compartir un momento con alguien, charlar un rato. Es no preocuparse por cocinar o lavar los platos, y permite cambiar un rato de ambiente. Anoche, sin embargo, salí a cenar solo ya que estaba lejos de casa y el hambre arreciaba.

Incauto, me senté demasiado cerca de la televisión del bar. Pasaban "Bailando por un sueño". No sé por qué me sucede, pero cuando hay una televisión prendida cerca no puedo dejar de mirarla. Aunque pasen la peor porquería, aunque tengan puesto un noticiero en mute y sólo vea a dos trajeados gesticulando, no puedo dejar de mirar.

En uno de esos avistajes de reojo (porque intentaba resistirme; juro que por pudor intentaba resistirme a que mis ojos fueran desviados a "Bailando por un sueño") vi a un tipo vestido igual que el sombrerero loco de Alicia en El País de las Maravillas.

Sombrerero loco
Loco de mierda (a.k.a. Aníbal Pachano)


Este hombre proclamó: "Hay que envejecer con dignidad". Yo me pregunto, señor, con todo respeto (o, en realidad, con muy poco): ¿qué es la dignidad para usted?

La RAE nos trae ocho acepciones para la palabra "dignidad", de las cuales rescato sólo dos por ser las más atinadas (igual... en ninguna cabe este tipo):


dignidad. (Del lat. dignĭtas, -ātis).
2. f. Excelencia, realce.
3. f. Gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse.


Digo, quizás yo esté equivocado y vestir un traje turquesa y putearse con vedettes sea parte de la gravedad, el decoro y la excelencia que la dignidad precisa. Pero por alguna razón, yo creo que no...

martes, 24 de mayo de 2011

Los Toldos. Parece que la vuelta será pronta

Junín. Extraño lugar para poner una virgen...


Bien. Finalmente abrió la oficina de Pullman Gral. Belgrano. Me acerqué al mostrador con la simpatía, gentileza y humildad que me caracteriza: "¿Van hasta Sierra de la Ventana?", pregunté. Respuestas posibles a esa pregunta: "Sí", "No", "Dejame que me fijo". Lo que no me esperaba es que me dijeran "¿Eso dónde está?"

Y yo no soy un gran conocedor de la geografía bonaerense, pero hice mis intentos de explicar que estaba un poco al norte de la parte en que la pancita de Buenos Aires se comunica con la patita de la Provincia... digamos, al norte de Bahía Blanca.

Junín. Laguna (por si no se habían dado cuenta)


Esto, por desgracia, no alertó demasiado al señor encargado acerca de la ubicación geográfica de Sierra de la Ventana. Llamó entonces al celular de uno de los empleados de la sucursal de Pullman Gral. Belgrano de la localidad de 9 de Julio. Cortó y me dijo "Mirá, él no sabe, pero llamá a la sucursal de 9 de Julio, acá está el teléfono". Por qué no llamó él directamente a la sucursal en vez de llamar a su amigo por celular, nunca lo sabré. Luego me dijo "Preguntá también en 'El Rápido', que van a Mar del Plata... eso es cerca, ¿no?". Le señalé en el mapa la ubicación de Mar del Plata y él mismo se corrigió: "Ah, no... es para el otro lado". Aún así, la chica que estaba a su lado me dijo "La oficina de El Rápido está cerrada... andá al locutorio de enfrente que ahí suele esta el chico que atiende".

El surrealismo era ya tal que, creo, dejé de sorprenderme cuando en el locutorio de enfrente no estaba el chico sino su madre, que no tenía la menor idea de si El Rápido iba o no hasta Sierra de la Ventana. "Bueno, no se preocupe", le contesté, "deme por favor una cabina que necesito hacer un llamado". Y debí sospechar que en ese locutorio no habría cabinas telefónicas. No sé por qué fui tan iluso de creer que en ese locutorio habría cabinas telefónicas. Es que me cuesta aprender de la experiencia.

A varias cuadras conseguí un locutorio funcional. Hice la llamada, en la que me indicaron que ningún micro de General Belgrano sale de 9 de Julio camino a Sierra de la Ventana. "Ni cerca", le faltó decir al hombre. Más mojado que una frazada que se cayó en la bañadera llena y estuvo ahí por lo menos una hora, volví al hotel.

Tengo entonces cuatro destinos posibles desde aquí: Santa Rosa, Rosario, Mar del Plata o, la vuelta, en Retiro. Aunque el micro que va a Mar del Plata (empresa "El Rápido"), cree el chico de Gral. Belgrano, pasa por Tandil... pero creo que ya no tengo ganas de recorrer la Provincia hasta la otra punta. Y tampoco le creo mucho al chico de Gral. Belgrano, y el chico de El Rápido no viene hasta la hora de salida del micro.

Así, sospecho que mañana, salvo que me arrepienta, retornaré a mis pagos porteños y disfrutaré del resto de mis vacaciones en mi hogar, con un par de buenos libros y el renovado blog.

Amén.

PS: Van intercaladas algunas fotos del viaje.

De los toldos y renovaciones (no confundir con "renovaciones de toldos")

En esta tarde de lluvia, varado en el pueblo "Los Toldos" (Provincia de Buenos Aires), decidí recuperar este viejo blog, varado no en la lluvia sino en el tiempo, desde marzo del año pasado. Subí un cuento que tenía en el archivo: La biblioteca del Tío Jorge.

Y es que poco se puede hacer en un pueblo pequeño donde todos duermen a la hora de la siesta; un pueblo que ya mis pasos recorrieron muchas veces en los últimos días. Espero en este momento que reabra la terminal para ver hacia dónde puedo seguir mi pequeña vacación (tan pequeña que ni siquiera merece el plural). Lo único abierto es el bar que está al lado del hotel, donde ya me conozco a los mozos y unas cuantas mesas.

Sospecho que mi próximo destino será por el sur de la Provincia. Quizás Sierra de la Ventana, quizás Tandil. Dependerá un poco de la idiosincrasia de los micros y sus recorridos, ya que no quiero tener que pasar por Capital para tener que ir hacia otra parte. Hacer eso es como tener que pasar por tu casa de nuevo porque te olvidaste algo. No está bueno.

Algo que me ha llamado mucho la atención de este pueblo es el pudor de sus estatuas:


En esta foto pueden ver a una estatua cubriéndose con unas telas, ante la vergüenza de la mirada ajena, en plena plaza principal.

Y aquí una nota del diario Diario Tiempo: ¡"El lado oculto del consumo: El pollo amenaza con destronar el bife"! ¡zan zan zan zan!


¡Tengan cuidado, bifes! ¡el pollo avanza!

Sí... esas son mis fotos de viajes. ¡Qué le vamos a hacer!

La biblioteca del tío Jorge

Mi tío Jorge estaba muerto. Me enteré de ello días atrás con un lacónico mensaje telefónico de mis primos dejado en mi despacho de docente. No supe más del asunto hasta esta mañana, a través de un telegrama: el viejo me dejaba de herencia su antigua casona en las afueras de Buenos Aires.

Pasé mis clases completamente distraído, confundiendo las fórmulas químicas y sus valencias. La tabla periódica se me hacía esquiva; no podía dejar de pensar en la casa. Esa misma tarde fui a buscar las llaves y partí luego de algunos pésames obligados.

Hacía años que no cruzaba el caminito de losas del jardín. El enorme ombú a un costado. El enano de yeso junto a la puerta. El llamador de bronce. El interior olía a un encierro encubierto por el aroma del incienso. Los pisos de madera de los corredores, hinchados por el tiempo y la humedad, rechinaban bajo el peso de mis suelas. Los lúgubres cuadros de las paredes me observaban desde sus marcos de oro ennegrecido.
Prendí un velador ubicado junto al sillón de felpa roja del estudio, iluminando pálidamente los grandes anaqueles con libros del piso al techo. Hojeé algunos libros de aquí y de allá, hasta que llamó mi atención una estantería casi vacía, a excepción de un volumen tumbado en el estante inferior: una vieja edición de cuentos de Goethe. Me arrodillé a recogerla y noté que la alfombra estaba gastada como si el mueble hubiese sido movido con frecuencia. Tiré con fuerza de uno de sus bordes. Un viento helado me hizo temblar: detrás de la estantería, una brecha en la pared conducía a una escalera que se perdía en la negrura.

Bajé a tientas y esperé a que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad. Presioné un pequeño interruptor de luz que colgaba de un cable y quedé pasmado: enormes pasillos formados por estanterías se extendían hasta donde alcanzaba la vista: Shakespeare, Cervantes, Chejov, Kafka, Poe. Caminé no recuerdo ya cuánto tiempo con éxtasis creciente. El corazón se me aceleraba a cada paso, a cada nueva estantería, con cada nuevo volumen.

Me fijé de pronto en una novela cuyo autor desconocía por completo. La edición parecía nueva, con el papel aún a salvo del inevitable color amarillo que presentaban las anteriores. A su alrededor, algunos best-sellers recientes. Sorprendido de que el viejo pudiera estar interesado en esas cosas, solté una risa algo nerviosa. Caminé un poco más siguiendo el mismo pasillo: los libros y sus autores empezaban a serme por completo desconocidos. Tomé uno de ellos al azar y al abrirlo grité espantado: la fecha de edición era dentro de diez años. Tomé otro, y luego varios más. Todos eran del mismo año. En la estantería siguiente, eran ediciones de libros que saldrían dentro de once años, y en la siguiente, de doce. Caminé presuroso hacia el siguiente pasillo. Estaba repleto de libros de ciencia. Pude divisar el nombre de algunos de mis estudiantes y colegas entre muchos desconocidos. Me senté en el suelo mirándolos con los ojos muy abiertos. Saqué maquinalmente un cigarrillo del atado y lo puse en mi boca. Las manos me temblaban. Prendí un fósforo. La pequeña llama avanzaba despacio por la madera, secándola y carbonizándola, hasta que me quemó los dedos. El fósforo cayó, ahogándose en el piso frío.

Quedé petrificado al ver de pronto, sobre la estantería a mis espaldas, un libro de química avanzada con mi nombre escrito en el lomo. Mi foto estaba en la contratapa, mostrándome más flaco y canoso. No sé cuánto tiempo estuve viéndolo, de un lado y del otro, leyendo palabras salteadas y fórmulas, y nuevamente el lomo, la tapa, la contratapa. Rompí las hojas. Las arranqué a montones. Les clavé las uñas y los dientes. Cuando alcé la vista, allí, uno al lado del otro, varios libros más, de títulos diversos con mi nombre en el lomo.
Conocí en ese momento la locura de que todo tipo de libertad esté vedada, de que cualquier juego lúdico de investigación, tendría allí, impreso en letras inamovibles, su resultado preciso.

Atravesé corriendo la puerta de entrada. Detrás de mí quedaban el llamador de bronce, el enano de jardín, el ombú y unas enormes llamaradas saliendo del fondo de la casa, quemando despacito sus cimientos, secándolos y carbonizándolos, con todo lo que había dentro.

Enero de 2011