En estos últimos días, la mente se me va llenando de historias. Van apareciendo, de ahí, de donde nadie sabe muy bien dónde. Van apareciendo, despacito, tranquilitas, casi sin querer molestar. Hay que pescarlas rápido para que no desaparezcan, para que se queden acá con nosotros.
Hoy a la mañana tuve uno de esos lapsos imaginativos –por decirlo grandilocuentemente- y al poco tiempo lo olvidé. Es el problema de despertar enredado con el trabajo: la mente tiene poco tiempo para desperezarse y asomar la cabeza a la realidad de la vigilia. Apenas recuerdo que era un título, y que hablaba de algo así como un rebote. En fin, ya volverá.
La segunda idea que tuve hoy, mientras iba en colectivo hacia terapia y leía el libro “La loca de la casa”, de Rosa Montero, tiene que ver con escribir varias historias con un mismo comienzo. Es decir: explayar ese proceso que existe siempre en la cabeza que es ramificar una trama. Bien, luego de imaginar las ramificaciones, no quedarme con una, sino escribir varias consecuciones. Varios nudos y desenlaces posibles. Aunque en realidad, el nudo debiera ser –poco más, poco menos- el mismo. Caso contrario, la historia no parecería ser un mismo comienzo con varias resoluciones, sino historias diferentes con un comienzo similar.
Escribiendo esto me acuerdo de la película Next, sobre un tipo que puede adelantar su futuro unos 10, 15 segundos. Hay, así, una escena muy simpática en un restaurante, con una chica muy bonita. Quiere acercarse para levantársela, y va “adelantando” sus respuestas ante ciertos posibles avances de él. Sería una táctica infalible, creo yo.
Me parece que esto que pretendo hacer es algo así: son muchas historias que en realidad es más o menos una, con las vertientes posibles. Sería algo así como una “historia cuántica”, por decirlo de alguna manera. Muchas historias adentro de una, o una historia con muchas variantes. Supongo que tengo que terminar de definir esto antes de ponerme a escribir, si no se me va a complicar ir para un lado o para el otro.
Es también similar esa película cuyo nombre ahora no voy a recordar. Una película japonesa de Kurosawa, en donde tres personajes cuentan el mismo evento, cambiando algunas cosas muy significativas. Alguna de las tres cosas puede haber pasado, o quizás ninguna. ¿Roshamon? ¿Roshomon? El título era algo así. No voy a esforzarme demasiado por recordarlo, ya que sería un esfuerzo completamente inútil; un ejercicio por el gusto del ejercicio.
Bien. Hay un problema que se me presenta a la hora de plantearme una historia con varios finales: ¿volver a repetir el principio o no? ¿dejar el principio una sola vez, y poner un punto fijo en el comienzo de la ramificación? Esto último me suena bastante cuadrado, pero no imposible. De todas formas, quiero pensar algo más interesante.
Puede suceder también que no sea el mismo relator o la misma persona contando la historia, sino –volviendo a la idea de Kurosawa- varias personas contando la misma historia de manera diferente y alterando algunos elementos básicos que le cambian por completo el sentido.
Esto último me gusta. Es muy Kurosawa, pero qué le vamos a hacer. Dicen que el plagio es la mejor forma de halago, y no hay por qué ahorrarle halagos al nipón.
Bien. ¿En qué reunión se plantea esto? ¿en qué situación se produce el intercambio de opiniones? Creo que para hacer a la historia más interesante, los integrantes a la reunión tendrían que ser parte de lo que cuentan. O quizás, para dar más diversidad, puede que algunos hayan estado, y que otros se hayan enterado del evento y den sus versiones de lo que pasó. Aunque con esto último, es probable que los asistentes tengan más credibilidad. Podría ser, también, una historia de dominio público. Algo de lo que todos están al tanto. Se me ocurre que para hacerlo divertido –y fiel a mi estilo, o al estilo que intento tener-, puede ser alguna historia grotesca. Alguna historia –se me viene a la mente, no sé por qué- de la construcción de un enorme barco que termina en desastre, y todos adjudican lo que pasó a problemas diferentes. Aunque me gustaría algo más pequeño, más humano.
Volvamos, de todas formas, a la escena donde todo esto se cuenta. Quiero una primera persona, un yo ahí, un yo-ser-ahí, un ¿ego dasein? Jeje. Perdón Heidegger. Decía: puede ser una cena, en donde un buen número de participantes son invitados. La gente llega, transcurre la cena (es decir: cenamos) entre algunas trivialidades que permitan pintar a los personajes asistentes al evento. Luego un grupo se retira a la sala a tomar algunos tragos. Sería una especie de tertulia como las que pinta Marechal en su Adán Buenosayres. Podría ser divertido. Bien, entonces: allí se produce que alguien le pregunta a alguno de los convidados si sabe qué ha pasado con cierta situación (la situación “X”). El preguntado comenta lo que sabe sobre X, y luego otro se levanta, increpando al anterior, y plantea una situación diferente. Así, sigue la historia, con sus variantes. Finalmente todos nos retiramos, sin que nadie sepa qué fue lo que pasó, o si pasó todo eso junto.
Creo que yo tendría que tener un cómplice. Un cierto “alguien” con quien intercambiar algunas miradas de asombro entre las distintas opciones. También puede pasar que el protagonista dialogue con la persona que habla: que no sea un soliloquio sino un diálogo entre dos, señalando también las diferencias entre los relatos.
El entorno está más o menos cocinado. Vamos a ver ahora dos cuestiones muy importantes y que están pendientes:
1. ¿Quiénes son los personajes que contarán las historias?
2. ¿Cuál es la historia que se contará?
Decía antes que no quiero contar “una gran historia” como una expedición por África, sino algo más casero, más humano, donde pueda haber más variantes de acuerdo a la interpretación de un mismo hecho. No quiero tampoco caer en psicologismos, pero sí plantear varias historias posibles sin demasiados hechos externos que cambien: quiero que cambie lo interno, lo que sienten, hacen y dicen los personajes, en algunos lugares clave que den diferentes posibilidades de finalización.
Brainstorming. Una reunión en una plaza. Hay una plaza. Dos mujeres se encuentran en una plaza y discuten. Un tercero se suma a la reunión. Lo lindo de esto es que los integrantes de la cena pueden haber estado mirando lo que pasaba sin que nadie haya llegado a escuchar o a ver demasiado bien. Bueno, esto estará por verse, ya que si la acción es la misma se limita bastante la variedad del desarrollo.
Decía entonces: dos mujeres se ponen a discutir en un parque. Pueden estar discutiendo incluso de algo que ellas mismas no vivieron, sino de algo que –por ejemplo- hicieron o no hicieron sus hijos. Aunque con esto el diálogo ya se va demasiado lejos, me parece.
También se ha escrito, pero otra idea que está buena es un tipo que se despierta siempre en el mismo día. Aunque estaba pensando en “El día de la marmota”, pero creo que ahí el tipo no se despierta siempre en el mismo día, sino que no recuerda nada de lo que le pasó. Habrá que investigar un poco, pero como idea me parece interesante.
Mientras tanto, me encontré en el libro La loca de la casa, de Rosa Montero (libro muy lindo, que acabo de terminar), que el autor debe diferenciarse del narrador. Debe poder mantener una sana distancia entre lo que es y lo que cuenta. Decía, además, una frase muy interesante: los escritores jóvenes siempre escriben sobre sí, aunque hablen de los demás… y los escritores maduros, siempre escriben sobre los demás, aunque hablen de sí. Es una idea copada. Además, viene a alimentar algo que vengo pensando últimamente: mis textos son demasiado autobiográficos. Siempre hay un protagonista demasiado parecido a mí, o a algo que yo podría ser o hacer en otras circunstancias. Son personajes que tienen siempre una gran cuota de mi yo, de mis miedos, mis ansiedades, mis traumas, en fin: mi manera de llevar la vida. Un cierto “modus operandi”.
La historia de la que venía hablando antes me tienta, pero todavía no tengo una idea demasiado clara de cuál va a ser la trama central, la historia que todos cuentan de una manera diversa.
Puedo intentar volver a la premisa del taller: contar algo que me hayan contado, dentro de un relato.
En mi cumpleaños (pasado domingo 22, gracias por las felicitaciones) mi amiga A contó un relato muy divertido que no se me ha ido de la cabeza: en una reunión de señoras tomando el té, muy refinadas y elegantes, una de ellas tuvo el desatino de tirarse un pedo. Un sencillo y contundente pedo. La señora, en su espanto, vio cerca suyo a un perro y –como suele suceder con los pobres canes- le echó la culpa. Tan mala suerte tuvo la señora, que el perro resultó ser de porcelana, material completamente incapaz de expeler flatos.
Decía que esta historia me parece muy divertida, y me gustaría contarla. Siento, de todas formas, que debiera darle una mayor trascendencia. Es decir: ¿por qué esta historia se insertaría dentro de un relato mayor? ¿por qué uno de los personajes tendría la necesidad, dentro de un cuento breve, de contar algo así? Y esta pregunta es algo más complicada de responder, ya que no parece ser una historia que tenga mucho que ver con nada, salvo con situaciones similares.
Recuerdo ahora también que M contó una historia algo similar: reunión de té, señoras, pedos. Una señora, básicamente, se tira un pedo. La señora de al lado, creyendo que había sido su perro, lo increpa y lo manda a cucha. La señora del pedo, creyendo que la señora del perro culpaba a su pobre can para burlarla a ella, ofendidísima, la increpa.
En fin, las historias con pedos son siempre algo bastante divertido. Recuerdo aquellas preguntas que hacían en Sátira 12 los domingos (¿o era los sábados?). Recuerdo una en particular: si un mimo se tira un cuesco, ¿sigue siendo un mimo? Mi respuesta sería un rotundísimo “no”.
Volviendo así a mi relato, creo que ninguna de estas dos historias sobre pedos da para ser contada dentro de un relato mayor. Al menos en este momento, no puedo vislumbrar nada. Entonces me pregunto: ¿qué otras historias me han contado? Sea en esta semana o antes, todo sirve.
Otras historias, decía. No quisiera cuadratizarlas dentro de una temática, no quiero encasillar tanto a mi memoria. Pero sí puede estar bueno pensar en gente que puede haberme contado algo. Por ejemplo, J es muy contadora de historias. Cuenta muchas cosas, aunque la mayoría son de su vida, y ya no sé si me da meterme demasiado con eso. Pensemos, pensemos. Algo tiene que aparecer por el horizonte.
¿Mi hermana? Es otra medio chusmeta, quizás me ha contado algo que sea interesante. Bah, pobre, la estoy fusilando con “quizás me ha contado algo que sea interesante”, pero el lector comprensivo entenderá a qué me refiero cuando digo esto. Y si no, allá él. Allá. Lejos. Al menos lejos de mi hermana.
Acabo de recordar otra historia graciosa: F. La grúa le lleva un auto. Lo va a buscar, y lo saca. Va para otro lado. Sale de ese otro lado y el auto no está. Pregunta en la grúa y le dicen que lo tienen ellos. Lo va a buscar, y no está. Se da cuenta que tenían el registro de la “llevada” anterior, por lo que su auto ha sido robado. Va a lo de su madre y le pide prestado su auto. Sale, y al rato un colectivo dobla sobre el auto, prácticamente, arrancándole un buen pedazo de trompa. Definitivamente no era su destino automovilístico. Al menos no ese día.
Claro que para que la historia sea graciosa dentro del ámbito de un cuento, tiene que ser verídica, y esta historia parece, francamente, un gran invento. Si no fuera que me la ha contado un amigo (y que ahora su madre tiene un auto con un pedazo menos de frente y él un auto nuevo), no la creería. Me daría cierta sospecha. Pareciera que tanta mala suerte no puede suceder junta (aunque lo de la grúa no tiene nada de suerte, fue redondamente culpa suya).
Definitivamente, esta historia me resulta muy poco verosímil.
Parece que me cuentan pocas cosas, o que yo decido no recordarlas. O más bien: las que me parecen interesantes de ser contadas son bastante locas, pero poco tienen de sustento para formar parte de un cuento.
De alguna manera siento que las dos historias de viejas tirándose pedos tiene algo interesante y que pueden juntarse. Bien podría suceder que una de esas historias ocurra dentro de la otra: una de las viejas está contando eso que sucedió en una reunión que tuvo con otras viejas (probablemente fotocopias de éstas) y… mmh… no, no sé qué puede pasar para que una vieja (de las de éstas) se ofenda y se enoje. Porque si se tira un pedo en ese momento, poco puede ofenderse por lo que la otra señora contó antes. Y si el relato es contado luego de un pedo, la señora tendría casi completamente razón de ofenderse. A menos que los eventos se sucedan de esta manera:
1. Pedo
2. Señora (de éstas) que reta a su perro y cuenta la anécdota.
3. Señora (otra de éstas) que se ofende
4. Perro de porcelana que se tira un pedo
5. Señoras que se sientan y siguen jugando
Eso de hablar desde la posición de una señora cheta que toma el té me suena un tanto complicado, pero puede llegar a ser muy divertido. No sé bien cómo o de qué hablan estas señoras. Bah, creo que con un poco de imaginación todos podemos saber bastante bien de qué hablan estas señoras, porque esto se debe a que estas señoras son parte de un gran prototipo fotoduplicado: todas hablan de más o menos lo mismo, tienen tapados de piel que huelen a naftalina, leen revistas de gente con plata… ¿o no? No, no sé si este tipo de señoras lee revistas de gente con plata (léase Revista Gente, Caras, etc.). Me parece que las señoras que se juntan a tomar el té y a comer tortas mientras juegan a las cartas son más del tipo Confitería Las Violetas. Son más de nariz parada. No leen de esa gente, sino que se conforman con chusmetear entre ellas. A lo sumo, quizás, me imagino, supongo, comentan cosas que escucharon en la peluquería. Ahí puede haber una razón de diálogo posible: algún tema con su peluquero (peluquero gay, por supuesto). Aunque tampoco sé si da para desarrollar tanto el diálogo. De todas formas, estaba prototipando (?) a estas mujeres. Decía: todas tienen abrigos de piel que huelen a naftalina, comen tortas, le ponen edulcorante al té, tienen un poco de gota en las piernas, van a la peluquería, juegan a las cartas, se quejan de sus nueras, su hijo mayor siempre es mejor que el de los demás (salvo el de alguna, que le salió borracho, o al casarse con “una fulana” perdió relación con ella… la culpa es de la fulana, por supuesto, pero aún así, el chico se le corrompió a la vieja. El chico ahora ya no la llama. ¡Qué cosa, Rosita! ¡si usted lo viera! ¡era tan buen mozo! Siempre me traía bombones cuando venía de trabajar. Pero no, desde que conoció a la zorra esa, ya no me da ni la hora. Parece que ahora se compraron una casita en no sé dónde y se dedican a cultivar papas. O algo así. En fin, en esa línea. Lo importante es que siempre va a estar (poco más, poco menos) lo de “ay, pero era tan bueno… hasta que llegó la zorra esa”. Eso es lo importante: la presencia de la zorra. La zorra tiene que estar. Sin zorra e hijo pefecto, no hay demasiada vieja que valga.
Se me está ocurriendo que esto puede dejar de ser simplemente un relato adentro de otro relato y convertirse un verdadero encuentro con estas señoras. Más aún, puede ser el relato que uno de esos “hijos de señora, que se casó con una zorra” está contando. Más aún, está contándome. Aunque no sé bien qué corno estaría haciendo ahí.
En fin, me gusta la idea de las viejas insoportables que se visten con abrigos de piel y comen torta.
Eso sí: el relator es indispensable. Hace falta la visión ácida de los sucesos.
Ahora, a trabajar.
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