martes, 24 de noviembre de 2009

Martes 24 de noviembre de 2009

Visita a la casa de Haedo con J. La casa de su infancia. El barrio pareciera ser –de alguna manera, quizás, un tanto más modesta y empobrecida- generador de esas señoras –más frecuentemente avistadas en Barrio Norte y Recoleta- de las que hablaba ayer en mis párrafos anteriores.

Es extraño eso de estar por un rato en otra ciudad, alejado de lo conocido y sin referencias de ningún tipo sobre posibles ubicaciones. No hay forma de orientarse ni de tener referencias: los nombres de las calles son completamente diferentes (o lo que es peor, tienen los mismos nombres que en Capital, pero asignados a otras zonas diferentes de las conocidas), los colectivos son completamente diferentes, las avenidas, los semáforos (cuando los hay) y demás elementos son completamente diferentes. Pareciera que más que otra ciudad es otro país… o más bien, pareciera que tiendo a creer que en toda Argentina se produce una cierta homogeneidad. Mejor aún: tiendo a creer que la Ciudad de Buenos Aires y Argentina son más o menos lo mismo.

No obstante, en todo el periplo, me he quedado pensando en mis viejitas. No sé bien por dónde empezar. Hoy, mientras caminaba las calles que separan la parada del 36 con mi hogar, consideraba la posibilidad de empezar imaginando diálogos. Imaginar primero los diálogos para que los mismos diálogos vayan construyendo a los personajes. Que sea ese juego el que construya los caracteres que luego interactuarán de la manera que ya está más o menos dibujada con la construcción de los diálogos.

Ya ayer empecé a esbozar algunas líneas al respecto de los diálogos. Aquello que comenzó como idea terminó siendo una suerte de pequeño monólogo. Me refiero a eso de “¡Qué cosa, Rosita! ¡Si usted lo viera!” y demás. Eso ya es la semilla de un diálogo. De un diálogo no muy brillante tal vez, pero diálogo al fin.
Y, por supuesto, las dos historias sobre los pedos tienen que estar.

Me imagino también una mezcla de senilidad con algún tipo de habilidad que las haga interesantes. No quisiera que todo el texto redunde en la idiotez, sino en una cierta brillantez dentro de la idiotez. Quizás lo que estoy pensando sea en un cierto heroísmo de la idiotez… aunque no comprenda todavía demasiado bien qué quiere decir esto.

El tema quizás sea que a estas viejitas no me las imagino idiotas. Me imagino a gente educada, que ha recibido estudios, quizás incluso universitarios. Me imagino incluso a personajes que han sido muy valiosos para un cierto grupo o para la sociedad, pero han caído ahora en el olvido. ¿Qué profesión puede ocupar una de estas señoras? No me las imagino en ninguno de los saberes tradicionalmente masculinos (y cuando digo “tradicionalmente” me refiero a la tradición de un siglo atrás) y socialmente reconocidos como “útiles”. Es decir: no me las imagino siendo arquitectas, abogadas, ingenieras. Sí me las puedo imaginar dentro de alguna rama del arte.

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