Cayendo ya la hora en que cierran los comercios de la zona y uno se queda sin posibilidades de cenar más que alguna lata de la alacena, me dirigí presto hacia mi recorrida de compras habitual (exceptuando la ida al chino, que me tocó ayer).
Primero, la carnicería. Allí departí extensamente con el señor carnicero sobre las inundaciones que hubo últimamente en la zona (sí, vivo en esas zonas de Capital que ahora son noticia y -espero- mañana volverán a quedar en el olvido), sobre el destrozo en los automóviles, en especial en el garage subterráneo de uno de los edificios en el que "estuvieron sacando agua hasta ayer", y demás cosas por el estilo. Luego, como era necesario en una charla de las características mencionadas, pasamos a la reciente ola de frío que se ha avecinado por estos lares. En resumen, conversamos durante el tiempo en que se pesa una tapa de asado, se pica un kilo de carne y se embolsan un par de milanesas preparadas, acerca de las antonimias frío-calor y sequía-inundación.
Continué así, con mi bolsita de carnes, hacia la verdulería. Allí mis buenos verduleros me anunciaron que quizás subirían los precios de las verduras porque están todos los campos hechos pelota. "¿Por la sequía?" pregunté yo. "No, porque ahora se inundaron todos", me contestaron. La pucha. La antonimia porteña llevada a nivel nacional. Como no podía ser de una manera, uno de ellos (que yo creo que son hermanos y él es el mayor) hizo referencia al fresco de los últimos días en contraste con los calores previos.
Volviendo hacia mi hogar con mis dos bolsitas, recordé una charla tenida durante esta misma tarde con un taxista mientras volvía de una reunión. A decir verdad, sabemos que eso de "charla con un taxista" es una mera ficción. Debiera decir mejor "soliloquio del taxista conmigo como mero espectador" (aunque ahora que recuerdo una vez mantuve una charla teológica con un taxista que fue muy interesante, pero quedará para otro capítulo). Cuestión: el señor chofer estuvo comentando con una locuacidad y carencia de fundamentos propia de Radio 10 (no dejé de notar el stickercito en su luneta trasera) sobre la antonimia "antes" y "ahora", refiriéndose a que en sus 64 años nunca había visto una inundación así, y es que "ahora ya no se hace mantenimiento, no como antes" y -para rematar- "no lo digo yo, lo dice uno de esos ingenieros que saben del tema".
Recopilé así tres polos opuestos el día de hoy: frío-calor, inundación-sequía, antes-ahora. Y caí en cuenta de esto hoy por la noche de una manera curiosa: luego de un día que pese a haber sido poblado por cotidianidades de un día hábil fue de una tranquilidad proverbial, me sentí muy en el medio de todos esos desbalances. Lo curioso fue que no me sentí a gusto, sino incómodo. Como si hubiera caído en un pequeño intra-abismo de nada. No tenía hambre, ni sed, ni sueño, ni ganas de hacer demasiado, ni me picaba una oreja, el gato estaba durmiendo y no solicitaba nada. Creo que el único equilibrio espiritual humano es la muerte, y si bien no creo haber estado ni cerca de las Moiras, me sentí de pronto equilibrado. Más de un psicólogo en este momento se acariciaría la barba, dejaría la pipa a su lado (que no los engañen: el que no tiene barba y no fuma en pipa, no es psicólogo) y pronunciaría un "Aha..." para luego invitar a un desarrollo más interiorizado de los pormenores del asunto, relaciones de la sensación, preguntaría "qué piensa usted de..." y demás cuestiones que destruirían la idea de que esa sensación fue de equilibrio y lo resignificarían de alguna manera perversa, pero allá ellos. Yo me sentí así, y fue raro. Supongo que transité un ratito la liviandad de la que tanto habla Kundera en su libro.
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